POR UNA CULTURA DE LA PRESENCIA, por José Luis Puerto
Parece que se nos quisiera imponer, nos guste o no nos guste, la tiranía de lo digital, que se está llevando por medio todos los mecanismos que la sociedad ha ido elaborando desde el arranque de los tiempos modernos.
La cultura moderna, como también la medieval y antigua, cada una a su modo, han ido tejiendo, a lo largo de la historia, mecanismos de comunicación, de vinculación, de contacto, de relaciones de unos con otros, que han generado, a lo largo de los siglos, la cultura que hemos asimilado desde nuestro nacimiento hasta hoy mismo.
Podríamos decir que, con todas las variaciones y salvedades que se quieran, el rasgo más poderoso de tal cultura es lo que podríamos llamar la presencia. Cuando nos comunicamos, cuando compramos y vendemos, cuando estamos en la escuela, cuando vamos al hospital, cuando asistimos a un espectáculo, a un acontecimiento deportivo, etc., hay dos o más seres presentes, que charlan, intercambian productos por dinero, aprenden, se curan, se recrean…
Y tal presencia crea sentimientos de vinculación, de afectos, de pertenencia a un ámbito más allá del individuo.., en definitiva, tal presencia socializa y hace que los individuos no vivan ni se sientan aislados.
Pues, bien, estamos asistiendo, desde hace lustros ya, a una irrupción de la tiranía de lo digital que lo está poniendo todo patas arriba, que está socavando unos hábitos de los ciudadanos, de los individuos, que está arrasándolo todo, dejando a miles, a millones de seres humanos a la intemperie, como desorientados y desnortados.
No hay que estar en contra de lo digital, ni mucho menos. En la medida en que sea progreso para todos, en que a todos nos facilite el existir, en ámbitos materiales e inmateriales, bienvenido sea.
Pero, como sin pedir permiso a la sociedad y, en no pocas ocasiones, como recurso utilizado por intereses poderosos, está arrasando con todo. Desaparecen las oficinas de todo tipo (administrativas, bancarias…), las tiendas, los quioscos y otros ámbitos a los que acudíamos, presencialmente, a solucionar determinados problemas o a adquirir bienes que necesitamos; se prescinde de los empleados y se sustituyen por cajeros y máquinas, o por pantallas de ordenador, para que el único ejercicio que tengamos que realizar sea el de dar un clic, que no siempre soluciona lo que necesitamos…
Podríamos poner muchos más ejemplos y realizar razonamientos hasta el infinito, sobre los efectos de esta tiranía de lo digital.
Asistimos, ay, a una desaparición, sutil, silenciosa, callada, de esa cultura de la presencia que ha contribuido a humanizarnos.
Y parece que nos adentramos por una senda en el fondo de deshumanización, en la que la única presencia ya es la de la máquina, pues los seres humanos se están haciendo invisibles.
Todo ello está provocando y va a provocar innumerables pérdidas. Y parecería que estamos en una vía que nos lleva a la desaparición de los otros, de los próximos y de los prójimos, para dejarnos en una soledad desorientada frente a la pantalla, frente a la nada.
Volvamos al coro de Antígona, la hermosa tragedia de Sófocles, y digamos: “Muchas cosas asombrosas existen y, con todo, nada más asombroso que el hombre.” Nada más asombroso que el ser humano. Mantengamos, volvamos a esa cultura de la presencia, a esa vinculación con los otros, no nos deshumanicemos.
Defendamos y mantengamos esa cultura de la presencia.
Que no nos vacíen, ay, de alma.