Nieva,
y quiero pensar que nadie pasa frío, que, como en mis años, pateando
las calles empedradas, estrecho laberinto del Grande al Chico y
viceversa, tomando un chocolate o un ponche caliente, ambos casi
olvidados, el último porque aquí, el frío no es tan crudo y el primero
por prescripción facultativa, soy demasiado dulce... Ahora, cuando voy,
raramente puedo salir, salvo a comprar cerca y lo estrictamente
necesario, y echo de menos los tiempos de llevar todas las capas como
una cebolla, para hacerme ver un poco peor y más redonda, como la luna
llena o los panes de pueblo, hay fantasmas que nos acompañan desde
lejos, y recuerdos maravillosos que también lo hacen.
Supe
siempre que volvería, por la obvia razón de la sangre, por la
necesidad de rellenar huecos que se quedan vacíos, por las estrellas más
brillantes en los cielos más negros, por los trigales verdes o
amarillo maduros.
Y hago la maleta, con alegre
pereza, del voy y vuelvo, ahora toca así, no son las vacaciones en un
tiempo espaciadas, tampoco elegidas ni programadas, y siento mi vida sin
asiento, y me siento tan frágil que necesito aliento.
Viento que anuncia un futuro incierto.
Pasos que no dejan a sus pies elegir su destino.
Nostalgia
de libertad sin sabor a huellas tatuadas, hablaba de la luna y de la
nieve, de dos blancos distintos y radiantes, pensaba en los afectos
diferentes, y en como debemos repartir el corazón, y calentarlo para
que siga funcionando.
Quiero subir hasta lo alto, desenredar la larga cabellera de la luna.
Quiero descubrirte en el brillo de la luz y la sombra.
Quiero acunarte en los sombríos atardeceres y en los amaneceres fríos.
Quiero
celebrar los encuentros con abrazos apretados para disolver angustias,
ahuyentar lo malo y vivir, vivir una felicidad sin tregua.