DEL VACÍO FERIAL, por José Luis Sánchez-Tosal Pérez
Son las doce la mañana del domingo, parto a Salamanca con Cristina, y en ella nos juntamos con la hija y la nieta y Javi. El camino se hace molesto en razón del traqueteo constante que sufre el coche, dado el mal estado del asfalto. La llegada es con suerte, pues encuentro un lugar donde dejar el coche relativamente cerca del centro, en la estación de autobuses.
Por fin en la Plaza, lugar natural de estar en Salamanca para todos los de los pueblos, y cómo no, nos sentamos en una terraza, donde tampoco es fácil encontrar un sitio. Hay mucha gente, toda la que ya nos va faltando en todos y cada uno de nuestros pueblos a partir de ahora y hasta la llegada del próximo verano. A estas horas, el espectáculo más bien consiste en ver a todos y cada uno de los que andan por ella, aparte de los bailes charros que había en el escenario, y que desde las terrazas no se llegan a disfrutar bien, sí algo más la música que llega como ajena al estar pero que acompaña sin molestar. Después, y mientras la gente come, entra en escena la entrega de premios de la Vuelta Ciclista a Salamanca. Se produce en el escenario un subir y bajar de diputados, concejales y directores bancarios que es un sin parar, para la entrega de premios por todo y para todos, pues aquello dura y dura y mientras alguien habla y habla contando lo del por qué de todos los premios, que había para todos, al que mejor sube, al que mejor baja…, y así hasta el infinito sin dejar de hablar y sin dejar de marear a todos en la Plaza, que están intentando estar ajenos pacíficamente a la matraca que supone la continua perorata.
Después nos vamos a comer a un lugar cercano de comida rápida, es rica y parece sana a pesar de la fama de estos establecimientos, eso sí, consiguen que el precio del bocadillo se aproxime al de un menú tradicional.
Salimos nuevamente a una terraza de la calle Zamora, donde la gente reposa su café, un poco más tarde empieza el constante deambular del personal, sea el que baja a pasear a la Plaza, y a envolverse en los otros que son muchos y variopintos, pues pasan gentes de rasgos afros, asiáticos, mezclados con las gentes de los pueblos y jubilados de Salamanca, o el que empieza a subir a los toros, y así se va la tarde en la que me van dejando solo, pues hija y nietos han bajado a las ferias y la abuela a los toros.
La terraza de la calle Zamora es en un día como estos de lo más entretenido que se pueda encontrar, por ella han pasado también gentes del pueblo que en Ciudad Rodrigo normalmente no ves en la calle, otra que hace tiempo que no veías porque se fueron a vivir a Salamanca, y ahora, entre otras cosas, a la vejez han cambiado de pareja, y así hasta no aburrir para nada el río que sube y baja por ella.
Me levanto y voy de vuelta hacia la Plaza, antes, en la de los Bandos, hay un espectáculo que termina, tiene todos los aires de haber sido como andaluz, al fondo, tras el escenario está nuestro alcalde hablando con unas personas que parecen tener algo que ver con el espectáculo, ¿estará metido en faena y contratándolos? Después de nuevo la Plaza, a la que llegan personas por todas sus bocas, en ella me cruzo con un grupo de jovencitas a las que miro porque algunas de ellas van vestidas, pero como dice una tía mía a sus nietas: “por Dios, se puede saber dónde vais desnudas”. En esto que ellas se vienen hacia mí, y me piden permiso para hacerse una foto conmigo, me sorprenden pero accedo, pienso que es el sombrero que llevo, lo que a ellas les ha llamado la atención o mi forma de mirarlas cuando pasaron, no lo sé ni me lo aclaran, desaparecen entre risas como golondrinas volanderas.
La hora es ya propicia para subir a esperar la salida de los toros, en el camino voy entre mucha gente lo que da sensación de vida, aunque si uno se fija las terrazas están llenas de jubilados. Llego a la explanada de la Plaza de Toros, y allí bajo la estatua del Viti espero mientras hablo con dos mujeres mayores que también esperan la salida de sus maridos. Hablamos distendidos, recordando años atrás, cuando la salida de los toros era otro espectáculo, que hoy no se da, pues el vacío que hay en el entorno de la Plaza es mucho. Empieza a salir los aficionados, no faltan entre ellos varios apellidos que son un todo constante con la fiesta, y después el torero de puerta grande, al que protegen más guardias que gente hay.
La vuelta es otra vez entre los muchos que suben y bajan a/o de la Plaza, y ya casi sin darnos cuenta la noche y el concierto de la Plaza donde hay un gran escenario, pero que no llega a ser más grande que los grandes camiones que van a los pueblos, tiene delante un andamio que lo tapa, es donde trabajan los de luz y sonido, parte esencial del espectáculo musical en el que yo soy incapaz de captar una sola palabra de lo que cantan, están todas aprisionadas en un tan-tan que suena como si la Plaza fuera una caja de cartón que está siendo apaleada fuertemente.
Acto seguido, y a contracorriente de la muchedumbre que camina hacia la Plaza mientras nosotros vamos hacia el coche, para retornar a casa, por esa autovía que nos somete a un tan-tan parecido al de la Plaza.
Son
las doce de la noche cuando entramos en casa, hemos pasado pues doce
horas fuera, y aunque nada de lo sucedido sea para rememorar se han
ido volando, han conseguido entretenernos y aislarnos del mundo, pues
no nos hemos acordado ni de la creciente subida del paro, ni de la
guerra de Ucrania, ni del sufrir de Marruecos, es decir que desde su
vacío las ferias han cumplido su misión de entretener.