UN VIAJE, por José Luis Sánchez-Tosal Pérez
Salgo y viajo con mucha precaución pues llevo en el coche la carga más delicada y querida, mis nietos, Lía y Sacha. Están llenos de alegría porque van al mar y a vivir una aventura que les emociona, ir de acampada.
Hemos llegado ya, y han ayudado a montar la tienda que por fin está. Entran en ella alborotados diciendo: “Qué bien, podemos estar de pie”. Luego la tarde ya se ha echado encima, la contemplamos viendo el océano en el que a pesar de sus frías y nada calmadas aguas Lía no sale de él. Y aquí me tenéis, de pie, a su lado todo el tiempo, y el vigilante también atento a la niña de la que me da que quedó harto.
Después la noche, y ya acostados me cuido de si han sabido taparse con saco, y pendiente de si duermen, que sí, lo hacen profundamente.
Amanece y más playa y más baño, y más admiración de ese océano que siempre es igual y siempre distinto, con sus aguas grises plateadas, sus olas blancas, muriendo sobre la dorada arena. Y todo acompañado de su sonoridad que acuna y relaja a quien está en su cercanía.
Luego, como casi siempre suele suceder de vacaciones, el fin de semana largo ha pasado como si se tratara de minutos, regresan pues ya tan cansados como felices y yo lleno de satisfacción que todo salió bien y he sabido cuidarlos y hacerlos disfrutar. Y presintiendo que siempre recordarán esta primera acampada conmigo como yo recuerdo la primera vez que mi padre me trajo a este océano.