SIN ÉTICA NI ESTÉTICA (XX): EL GRAN PATO AMERICANO Y LAS AZAROSAS MUDANZAS DE LA GUERRA, por Ángel Iglesias Ovejero
Las peregrinas salidas del marcial Pato Americano ya no sorprenden a casi nadie, a no ser a él mismo, cuando, de mañana, se aclara la voz aguardentosa, que en su caso se combina con la gangosidad cavernosa que los hispanohablantes percibimos en el inglés. Mientras se espabila un poco delante del espejo, deben de llegarle los terroríficos estruendos de las guerras, que en el hemisferio oriental del globo terráqueo ya han dejado su rimero de estragos y daños colaterales. Como hace ya medio año que, según la vorágine de su coctelera cerebral, se toma por un Marte pacífico o un Mercurio anunciador de la prosperidad americana, en detrimento del resto de la humanidad, pregona catástrofes o remedios. Seguramente, la esfericidad de la Tierra le permite ejercer de profeta para sus adoradores más occidentales en América, halagándoles con novedosas versiones de los susodichos hechos bélicos que él prometía remediar en cuanto le dieran el bastón de mando, o sea, el nombramiento de alguacil del Lejano Oeste. Esto último debió de ser cuando pensaba que, como aquel portugués de antaño (en un cuentecillo algo ofensivo para los vecinos lusos) se veía tan terrorífico, con su armadura, que se daba miedo a sí mismo, y, con solo su mirada, doblegaría a rusos, ucranianos y hasta los indómitos y fieros iberos.
De entonces para acá lo único que ha cambiado en su personaje es el color de la aparente gorra. En realidad, se trata de una modificación camaleónica en su peinado, lograda con la ayuda de la inteligencia artificial, porque la natural, de por sí volátil y gaseosa, en él se confunde con la inagotable y pérfida malicia. Lo que se percibe como gorra, con visera incluida, consiste en una corchapa peluda, donde reside su fuerza, como la del juez bíblico Sansón en su frondosa caballera. Antes se la aplastaba con un preparado de leche de zanahoria, amarillenta, y ahora con mantequilla derretida, blancuzca, como aquella que los caritativos americanos nos enviaban a mediados del siglo pasado, quizá por el alquiler de las bases militares, de inolvidable olor y sabor a rancio, como el tocino añejo de verraco ibérico. Con la corchapa rubicunda se las daba de Billy el Niño (un pariente del famoso “charro mexicano, que solo por bromas mataba”) y con la canosa se hace pasar por un juez de paz de la “aldea global”. En todo caso, esa especie de garrapata posada sobre el cuero cabelludo, a juicio del gran Pato, es un seguro de vida, a prueba de balas y con propiedades mágicas, como si fuera un talismán, una marca de predestinación personal basada en la prosperidad económica.
De esta fuente capilar dimanan las ideas cambiantes con las que obsequia diariamente a sus aliados y adversarios, a quienes trata como a vasallos sumisos o insumisos, respectivamente. Amigos, propiamente, no tiene ninguno, a no ser el actual caudillo de Israel, a quien envidia (por su presunta alineación con los “elegidos” bíblicos para exterminar a sus vecinos), y por ello (y por interés) apoya en la insensata, arriesgadísima y, sin embargo, previsible guerra contra Irán. El de la visera peluda la alienta y pretende controlar, contra el impávido teócrata chiita, de quien afirma que es un “blanco fácil”, pero no piensa mandarlo matar “por ahora”. Esta prudencia no está motivada por un sedimento de humanidad hacia otro “creyente” de la misma ralea que los otros (¡Qué tres! ¡Bueno está el mundo, Facundo!), sino por su alto conocimiento del arte de la guerra, revelada por la ósmosis de su gorra, que le lleva a sentenciar que “está sujeta a mudanza”. Me ha llamado la atención esta reserva, solo aparente, pero algo impropia de quien se considera invulnerable e infalible (como el Papa católico), más adecuada para quienes se escudan en la suerte para excusar los malos resultados.
El bravísimo Don Quijote, a raíz del desaventurado combate con los molinos de viento manchegos, que él tomaba por descomunales gigantes, a pesar de los acertados avisos de su escudero Sancho Panza, respondió con una formulación axiomática de parecido contenido: “Calla, amigo Sancho, (…) ; que las cosas de la guerra, más que otras, están sujetas a continua mudanza” (Quijote, 1ª, VIII). Los eruditos rastrean su fuente en Cicerón (Incertus exitus et fortuna belli, en su discurso Pro Marcello). Por su cuenta, el héroe aprovechó para echarle la culpa de sus desgracias a los enemigos preferidos, los quiméricos encantadores. También en este aspecto, el Pato Trompeta presenta alguna afinidad con la figura cervantina, no porque tenga la más mínima curiosidad literaria o erudita, sino por el mero instinto crematístico que anida bajo el sombrajo de su postilla capilar. Todos los países que ponen dificultades a su enriquecimiento son “ladrones”. Él no se anda con rodeos y, en vez de seguir la tendencia de los gerifaltes actuales que, cuando se tuercen sus previsiones económicas, suelen acordarse de “la Coyuntura”, él tira por el camino de en medio. Los estados europeos aliados de la OTAN “estafan a los Estados Unidos” y los que comercian con estos, sin dejarse desplumar, “los roban”.
Lo bueno del caso es que para el personaje del Pato y sus afines el bien y el mal se inscriben en el marco de la economía, y la guerra sin más viene a ser un apéndice de “la guerra comercial” (Qué bien nos vendría tener tiempo de repasar la Historia de la guerra del Peloponeso, de Tucídides, donde se aprecia que los motivos desencadenantes y los efectos de los conflictos bélicos, aparte de la dimensión de las catástrofes, no han variado gran cosa desde el s. v a. C.). Contra estos botarates autárquicos solo queda el remedio del humor verbal, del cual no se libran ni los axiomas proverbiales que los paremiólogos ortodoxos consideran verdades universales, porque están expuestos a los deslices disparatados en la elocución. Sin ir más lejos, el citado pasaje cervantino alusivo a la mudanza de la guerra quedó muy tocado en el comentario de D. Abeldino, escrupuloso profesor en un internado religioso de Madrid al final de los años cincuenta, quien, con el mismo entusiasmo, explicaba matemáticas que literatura clásica. Al analizar el pasaje se le trabó la dicción y vino a decir: las cosas de la gorra ... están sujetas a continua mudanza. Él mismo reía con el desliz. Y a sus alumnos, casi de por vida, nos sirvió de saludo informal: ¿Qué tal van las cosas de la gorra? –¡Así, así, sujetas a continua mudanza, pero mientras podamos contarlo…
Estos bárbaros quizá disfruten con su poder absoluto y sus conductas deshumanizadas (ángeles exterminadores), y quitándonos la alegría de vivir a quienes aspiramos a vivir en paz, pero el humor nos pertenece por el derecho de pensar libremente.
P.S. Así estaba la chuletilla “sin ética ni estética” que pensaba enviar al fin de la travesía esteparia, de vuelta a Francia, adonde llegamos extenuados. Cuando nos despertamos ya iba el Sol por allá arriba. El Gran Pato había tenido otra genial ocurrencia, con un ataque a Irán, sin previo aviso y digno de la justicia de Peralvillo (donde ejecutaban al reo y después le instruían causa). Hecho esto ha decretado el cese de la guerra (harina de otro costal), y ha aprovechado para felicitar a todo el mundo y dar las gracias a Dios, o sea a él mismo. ¿Alguien le encuentra pies y cabeza por algún lado? Pues la tiene. Porque, vamos a ver, ¿de qué le serviría ser Dios, si no puede hacer lo que le da la gana, o sea, el Bien o el Mal? Es una forma de teología muy conocida, aunque algo obsoleta, en Robleda, donde hace un siglo o así, vivía un tal Lucianu, que proponía milagros para que los realizaran otros y no se humillaba al paso del Santísimo (“porque él también era Dios”). Probablemente, el Pato Trompeta deja indicios de sus “intenciones divinas”. ¿No se han fijado en que, últimamente, en vez de exhibir en sus poses la corchapa amarillenta o canosa, se contorneaba coronado con una gorra golfera de verdad, de color rojo? Pues eso, ahí estaba la clave. Y ya se sabe, “El que avisa no es traidor”. Pato Trompeta solo engaña al que se deja…