Esta bizantina pregunta debió de trotarme en la cabeza durante el duermevela del pasado domingo (5 oct. 2025), después de una atareada jornada que, para Françoise y un servidor, empezó a las 5h de la mañana y se terminó entre las 22h y las 24h del mismo día. Ocupamos el tiempo en ir y volver de Madrid para una memorable participación de una reducida tropa de Rebollar Vivo, que, con otras plataformas, se presentaba en la capital del Reino con un objetivo muy ambicioso: Salvemos el Mundo rural agredido [que buena falta le hace]. La escuadrilla mirobrigense, pilotada a distancia por la estratega Sonia, tuvo una primera baja en Ciudad Rodrigo, donde (por motivos fundados) no se presentó un compañero, con quien, en principio, mi persona debía compartir los servicios mecánicos. La diligente Geli (del grupo mirobrigense Asenavis) se encargó de la conducción a Salamanca, donde ya nos esperaban otros defensores del mundo rural agredido en el país charro (Escuelas campesinas de Salamanca, Stop Biogás Machacón, Stop Biometano Babilafuente, Stop Biometano Tornadizos, Stop Uranio, Cuidamos Villamayor, Colectivos por un Mundo Rural y Urbano Vivos). La templada y previsora Almu (de Villasrubias) tomó el mando del pelotón de El Rebollar. Junto a la estación de Atocha buscamos el arrimo de los defensores cacereños de Sierra de Gata, con quienes compartimos el objetivo inmediato (Minas no) y se nos unieron otras intrépidas combatientes (Carmen, Montse, Cloti, Begoña) y nuestro amigo José García (de la diáspora madrileña de Peñaparda), que al final del desfile tuvo que retirarse, por evidente fatiga. El resto de la escuadrilla quedamos en juntarnos a la entrada del Parque del Retiro para compartir la merienda.
Fue allí y entonces cuando me di cuenta que nunca había desfilado en compañía de un contingente mayoritario de mujeres y me hallaba rodeado de media docena de ellas, más jóvenes y más agraciadas físicamente que yo (en lo cual no tienen mayor mérito, ni a mí me preocupa, porque, además de no haberme tenido por guapo desde niño, hay partes de mi geografía física que nunca me he visto y ya no tengo curiosidad por descubrir). El locus ameno era apacible, sombreado y verde, como un trozo de campo en la ruidosa ciudad. A nosotros (a Françoise y a mi) nos retrotraía a vivencias placenteras, pues a escasos metros de la entrada en el parque por el lado de Puerta de Alcalá, nos habíamos (o habían) hecho la primera fotografía juntos, casi sesenta años antes, en el verano de 1968. En la sobremesa habida este domingo, sobre el tapiz del santo suelo, comprobé algo que por experiencia conocía. Aquellas mujeres de edad mediana, e incluso alguna de ellas tan joven que podría haber sido nieta mía, sabían hacer muchas cosas que, reconozco, a mí el machismo instintivo y cultivado (de crianza y labranza) no me ha permitido aprender (Mea culpa, mea culpa, mea máxima culpa).
El polarizado debate entre el machismo y el feminismo no estaba previsto en el orden del día, ni a ninguna de aquellas intrépidas compañeras se le había visto el menor indicio de traerlo a colación. Pero en la vuelta de la memorable jornada madrileña, resultaba casi inevitable, porque estaba muy reciente el nombramiento de una madre de familia y obispa de Londres, Sarah Mullally, para el arzobispado de Canterbury, primado de la Iglesia de Inglaterra, otorgado por el rey Carlos III de Inglaterra, jefe supremo de la Iglesia anglicana (3 oct. 2025). Era una de las noticias más llamativas del día (además de las que atañían a la Flotilla asaltada por los piratas sionistas, cuando se dirigían con ayuda alimenticia y sanitaria a Gaza). Así es cómo vine a pensar cuándo podría suceder algo así en la Iglesia católica, comunidad cristiana mayoritaria y arraigada en España. De creer la leyenda de la Papisa Juana, habría tenido un precedente romano en el s. ix, lo cual, si no fue mera ficción, no tendría más fundamento que intrigas en el papado, con antipapas de por medio. Por principio, difícilmente podrá haber obispas católicas (y por ende españolas), si no puede haber sacerdotisas. Y esto viene de lejos, en relación con la idea misma y la estimativa de la mujer en la historia cristiana.
Se ha dicho que hasta el concilio de Trento (1545-1563) no se reconocía explícitamente que las mujeres tuvieran alma, y que en el de Nicea (325), primer concilio ecuménico, se había afirmado lo contrario. Quizá esto sería un malentendido lingüístico de la polisemia de hombre en latín, que todavía colea (lat. homo, inis, ‘hombre’, ‘los hombres’, ‘el género humano’, ‘un hombre’, ‘un individuo’, o sea, un animal racional). La mujer no es ‘un hombre’ en el sentido restrictivo (no es vir, ‘varón’). Si no compartiera con el hombre (o varón) la naturaleza humana, no se entendería que tuviera tantas obligaciones o más que el varón, y se le impusieran incluso de antes. Así se comprueba en las actas del concilio de Elvira (o Ilíberis, en la Hispania Baetica, ubicada donde Granada en la actualidad), que tuvo lugar entre el año 300 y 324, reuniendo 19 obispos y 26 sacerdotes de toda Hispania, según analiza M. Menéndez Pelayo (1880-1882) en su Historia de los heterodoxos españoles (cap. IV). Por supuesto, el culto de las santas vírgenes y mártires, generalizado más tarde como el de las imágenes en general (s. iv-viii), tampoco estaría justificado sin esta premisa. Desde la Edad Media, siguiendo la doctrina de Santo Tomás, se define la persona humana por la unión del cuerpo y el alma, y en ninguna parte se afirma que el alma de la mujer sea de naturaleza diferente a la del hombre.
Siendo esto así, ¿por qué la Iglesia católica no admite el sacerdocio de las mujeres? (Ello supondría la capacidad de celebrar la misa y administrar los sacramentos). La casuística de los seminarios conciliares preveía esta clase de preguntas, que los aprendices de curas despachaban con respuestas impregnadas de misoginia. En la práctica, los sacerdotes (o presbíteros) no saben avanzar razones y las explicaciones del mismo papa Juan Pablo II, con más alambicado simbolismo, tampoco convencen, debido a que, en definitiva y sin ánimo de ofender, vienen a sugerir que Jesucristo eligió para el apostolado solo a varones porque le dio la gana (apóstol ‘enviado, o mensajero’, evangelizador). Esto equivale a decir que obró conforme a las convicciones de su época, o sea, la tradición “sexista”, que se pretende rechazar. En efecto, aparte de que, según los evangelios, hubo numerosas mujeres que fueron “testigos” de sus milagros y resurrección, esta discriminación llevaría a pensar que el alma de las mujeres es tributaria de sus partes genitales, o poco menos (como las labores de su sexo en la identificación profesional del nacionalcatolicismo español). En esta dinámica, lógicamente, su correlato masculino, o sea, el alma de los varones, residiría en los testículos (< lat. testiculus, diminutivo de testis, ‘cada una de las dos glándulas sexuales masculinas’), y así se explicaría que “el género masculino”, por lo general, sea más fuerte, o más bruto (debido a la testosterona). Y así nos va…
Bromas aparte, y al margen de consideraciones bizantinas, no se ve que la presunta supremacía de los hombres (varones) sea necesariamente de capacidad mental, moral o sentimental. Por experiencia, conozco a muchas mujeres menos testarudas y más inteligentes que un servidor, en mi propia familia, sin ir más lejos: mi madre, mi hermana, mi esposa, mis hijas, mi nieta. En mi entorno social, he observado algo parecido entre mis colegas femeninas (cuya dirección he aceptado, llegado el caso), con excepciones debidas, precisamente, a dos actitudes machistas opuestas: las que defienden el machismo tradicional y las que pretenden emularlo. En general, no son peores gobernantes que los varones y son menos belicistas. A la vista está. Lo achaco a que los hombres (varones), no han parido y la maternidad supone una experiencia especialmente cercana de la vida. En síntesis, no me parece mal que los hombres y las mujeres seamos algo diferentes, para que la existencia sea más entretenida pero suelo postular que, al cabo, en cuanto personas humanas somos iguales (con los mismos derechos y deberes).
Con estas cavilaciones me adormilé, después de comprobar que, en la habitualmente soñolienta Miróbriga, todavía los farinatos y sus huéspedes estaban de compras en una Feria Medieval. ¿Tan despistados andan en el tiempo real? Deberían aprender de los Jubiletas “Robleanos”, que aprovechando el recalentamiento del tardío se habían ido de excursión turístico-culinario-folclórico-religiosa para conocer Huelva. No sería de extrañar que a su regreso nos revelen la aparición de la Virgen del Rocío a caballo, porque como es tan arta se le ve por abajo la enagua blanca, y por arriba se le ven loh collareh de perlah finah…
Mientras el Mundo se arregle solo y el Sol salga para justos y pecadores, bien va. Así que hasta otro sueño, o pesadilla, depende.