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12 julio 2025

SIN ÉTICA NI ESTÉTICA (XXII): EPÍSTOLA PREMONITORIA A LOS ASPIRANTES A JUBILETOS /-AS, por Ángel Iglesias Ovejero

SIN ÉTICA NI ESTÉTICA (XXII): EPÍSTOLA PREMONITORIA A LOS ASPIRANTES A JUBILETOS /-AS, por Ángel Iglesias Ovejero - Ateneo Virtual Mirobrigense – Ciudad Rodrigo

Ángel Iglesias Ovejero
SIN ÉTICA NI ESTÉTICA (XXII): EPÍSTOLA PREMONITORIA A LOS ASPIRANTES A JUBILETOS /-AS, por Ángel Iglesias Ovejero

Querido lector o lectora, me gustaría escribirte para interesarme por tu visión del Tiempo, no el que hace, por el cual no se pregunta, porque se comprueba (¡Qué calol jadi!), sino el que corre sin parar, aunque no tengas reloj (¡Joel, cómu pasa el tiempu!). Pero como la percepción de esto último depende mucho del tiempo que tienes y de tu empleo del tiempo, o sea, de tu Vida, solamente siento una curiosidad relativa por saber la edad que tienes y qué piensas hacer con el tiempo que te espera (si tienes esa suerte), aunque solamente sea para comprobar si el tiempo ha cambiado tanto como se dice, desde “nuestros buenos tiempos”. Si, por casualidad, más que por méritos propios, perteneces a la generación de “Mis Sobrinos”, te diré que, probablemente, estás en una edad en que pronto percibirás el roce de la carrera del Tiempo con cierta perplejidad, cuando culmines la cumbre entre las cincuenta y las sesenta primaveras (la época de madurez, que seguramente no te satisface, porque aspiras a mejor vida). Si vives de tu trabajo, no me sorprendería que aspirases a estar mejor sin tener que trabajar. Lógicamente, si vives sin trabajar (y te lo pagan bien), no necesitas cambiar de modus vivendi. Ya estás en la jubilación, que es aquello por lo que suspiraban los actuales Jubiletos o Jubiletas, que se llaman así por eso, por el júbilo con que vivían o casi viven el paso del tiempo, cuesta abajo hacia la vejez, ya sin la etiqueta de personas mayores, cuyo episodio siguiente no necesita presentación (Aquí yace Juan Español, / que, estando bueno, / quiso estar mejor. F. Rodríguez Marín le ponía esta glosa: Suponen que fue epitafio puesto en la sepultura de un aprensivo que, creyendo siempre estar muy enfermo, se curaba y cureteaba tomando mil meringotes y potingues (1926 RM: 44, S-P: 58, Ju 1996: 66, IO: 1514, Iglesias 2022: 318).

Para no precipitarse antes de tiempo por este camino sin vuelta, quizá convenga detenerse un poco en averiguar en qué consiste pasar a mejor vida. Eufemísticamente, en el lenguaje de los creyentes de nuestro entorno, esto equivale a estirar la pata, o irse al otro barrio, entre otras muchas expresiones con que el español coloquial se refiere al hecho de morirse y consumir la carrera de la vida, pero con el añadido implícito de tener otra vida en el más allá, digna, placentera y en buena compañía. En esta supuesta creencia, asentada con pie firme en quien la tenga, no hay problema de momento. El mismo refranero recuerda que cuantos menos achaques y cuanto antes se produzca el trance, mejor: “Poco mal y buena muerte”. Sería como ganar el premio gordo de la lotería y llevarse de propina un jamón. Sin embargo, entre lo que se predica y lo que se practica observamos una sospechosa distancia. ¿A qué viene, si no, pedirle a Dios la salud de uno mismo o de la gente querida o admirada, si puede pasar a mejor vida? Cualquier predicador algo enterado de la casuística moralizadora (católica) te dirá que, viviendo más tiempo, puedes hacer más méritos para ir al Cielo. Este razonamiento, un tanto mercantil, encaja en la idea que teníamos los niños, en el remotísimo siglo xx (ya mediado), de ese utópico lugar, sin frío ni calor, donde no habría que hacer nada, ni siquiera ir a la escuela o al colegio. La vida eterna consistiría en estar repantigados en buenas butacas, en una sala de cine inmensa y de sesión continua, con películas de moros y cristianos, piratas, espadachines, indios, con alguna chica romántica, pero sin mucho besuqueo, para evitar los cortes. O bien, algo parecido con la tele, a base de partidos de fútbol o alguno de baloncesto, aunque fuera en blanco y negro, para no distraerse con los colorines.

Una vida estrictamente contemplativa quizá no se corresponda exactamente con la ocupación (o sea, la desocupación) ideal de los aspirantes a Jubiletos /-as, si no tienen la fe inquebrantable del carbonero, en la tradición católica. Por si fallan las promesas de una vida perdurable y festiva, o si no están tolerados en el paraíso celestial ciertos placeres de la carne o del espíritu, la mayoría prefiere experimentarlos aquí, al sol o a la sombra; de pie, sentados o acostados; en casa, en la calle o zascandileando por ahí (turisteando); en pareja o desemparejados, pero en grupo (el mismo Adán se aburría en el edén terrenal, y Dios le dio una compañera, y él le puso el bonito nombre de Evita, muy adecuado, por cierto, al futuro de su descendencia). Los Jubiletos /-as son gente pacífica, en el atardecer vital, algo nostálgica del Carpe diem (incluso sin haberlo estudiado en latín) que, por experiencia, disfruta con la comida y la bebida (“Comamos y bebamos, que en el comer va la ganancia”), el canto y el baile (“Que me quiten lo bailao”), la conversación sin ton ni son (“¿Cómo voy a pensar al mismo tiempo que hablo?”), y, ya después, si se da la convergencia recíproca (y con los medios necesarios “para no quedarse a medias”), dispuesta a aceptar el convite de alguna forma de postre inesperado, compartido con otro u otros mayores.

El mayor impedimento, para el disfrute de la reverdecida concupiscencia, les viene a estos a Jubiletos /-as de lo que en su nombre específico se define, porque son y se llaman Barrigoletos /-as (y perdona, querido lector o lectora, por ser tan explícito y enrevesado al mismo tiempo). Ello es debido a que, en su geografía humana, corren el riesgo de llevar el embarazo que los castiga con las curvas de la gula, “por do más pecado habían”, y les pueden bloquear por las intimidades, sin llegar por ello a la realidad hiperbólica, evocada en frases oídas o leídas. Como el gastador cansino, que se pisaba las joyas testiculares al desfilar, según la experta apreciación del sargento director de la orquesta en la Escuela de Aplicación y Tiro de Artillería (Km. 11 de la Carretera de Madrid a Irún, una mañana cualquiera de 1970); o los adornos delanteros de una señora ficticia, cuya exuberancia, en alguna lectura algo clandestina, era tal que, cuidadosamente doblados, le llegaban a las rodillas (y el picarón del autor, piadosamente olvidado, añadía: “¡Cómo serían, estando sencillos!).

Como se puede comprobar, no hablamos a humo de pajas, nos remitimos a la experiencia y a la observación. Por ello insistimos en que dicho nombre (Barrigoletos), de consonancia musical italiana (G. Verdi / F. M. Piave, s. xix), alude a la curva de la felicidad, que en la geografía corporal humana se desarrolla por delante y por detrás, y, para ser exactos, por arriba y por abajo, lo cual requiere el desplazamiento de la línea de flotación umbilical, más bien al sur de esta marca original. Dicho trazado requiere un entrenamiento que viene de lejos y se añade al componente de la herencia genética de estas personas, a quienes sin remedio acecha la desgana del ayuno y la abstinencia de las golosinas y de la carne. La obesidad y sus efectos estéticos o sanitarios se acentúa con la entrada en el gremio de los Jubiletos /-as. Quizá porque entre ellos y ellas, existen bastantes optimistas que piensan adelgazar con el recurso al paseo o las caminatas. Me recuerdan a un vecino francés, recién jubilado de la Policía, que me llevaba de acompañante en el trote dominical, con una travesía de unos 20 Km (o menos, pero parecían así de largos), por montículos y valles boscosos. En la hazaña pedestre echábamos la mañana entera (unas tres horas), porque en las subidas teníamos que descansar, a su demanda. Él no tenía prisa ninguna, pero cuando avistábamos la última cuesta arriba, aceleraba para llegar primero, y me esperaba con dos jarras de cerveza, previstas para el caso y darnos ánimo (“¡Nos lo hemos merecido! ¡Que tengamos salud!”). A ver quién puede resistir esta clase de tentaciones…

Aparte de los Jubiletos /-as que se parecen a los gorrinus de mala medra (no engordan ni con el pienso de cebada o de bellota, y así se acarrean de inmediato la sentencia de muerte), solo hay una minoría que consigue adelgazar. Lo hacen gracias a la dieta, con desabridas comidas y cenas, vegetarianas y escasas, que se añaden a la contemplación ascética del paisaje, y no suele ser especie autóctona, sino advenediza y foránea. En todo caso, con la fórmula empleada, su físico consiste en hueso y pellejo, más o menos visibles, en la parte superior e inferior, tronco y piernas. Son y se llaman Costilletos /-as o Canilletos /-as. Los hay más raros, que les da por la manía de perseguir o acompañar, en sus aventuras amorosas o escatológicas, a las mascotas perrunas, de las cuales son fieles servidores y las resarcen de las fatigas, llevándolas en coche y vestidas de gala, con gafas, sombrero y demás parafernalia. Les encantaría que los transeúntes a pie les cedieran el paso y aceptaran el privilegio de recoger sus desechos intestinales. En el tren o el autobús, puede que los disimulen en una especie de cestu del remendiju con tapadera, en cuya situación, Dios te libre de la tentación de desplazarlos, si ocupan un asiento libre (y sin pagar), porque, aparte de la excomunión verbal, te santiguan con el paraguas o lo que pillen a mano. Suelen ser Jubiletas, o sea, del “género femenino” y de ambiente urbano. Menos mal.

En el medio rural, con más frecuencia, también hay Jubiletos /-as que se descubren o redescubren, tardíamente, una vocación de agricultores (y a veces de ganaderos), a la que se entregan de tal modo que los deja exhaustos. El mismo cronista, durante una década larga, le dedicó cuerpo y alma mañanas enteras, antes de la pandemia de la Covid. Puede decir que, en ese período, consiguió vivir sin sobrepeso y sin pasar hambre, pero no sin los accesos de cólera, motivados por las carencias y excesos de lo mismo (tierra, agua, sol, calor, frío, estiércol, maquinaria, ruidos de motores, hurtos, quejas de los vecinos, el montero, el ayuntamiento, etc.). Los Costilletos /-as o Canilletos /-as, por así decir, son algo misántropos y coléricos “de crianza y labranza”, bastante intransigentes y, debido a la disciplina casi espartana que se imponen, no siempre están abiertos a los solaces corporales que los Barrigoletos /-as se otorgan, Así que estos últimos tiene más posibilidades de morir felices (de un atracón o de un revolcón) que los Costilletos /-as o Canilletos /-as (de un berrinche o de un sofocón). El paradigma de Navasfrías, me contaron, fue un antiguo informante (en 1973-74), llamado Antonio Puru (“a mucha honra”). Murió sentado, a la vera del Bar “El Troncho”, haciendo la digestión de una excelente merienda, dejándonos de propina un agradecido recuerdo (Adiós, amigo).

En conclusión, u opinión provisionalmente concluyente, nos parece bien que todo el mundo pueda llegar a una digna y larga jubilación (los años de Néstor o de algún patriarca antediluviano) y la celebre como quiera (sin perjuicio de los demás). Porque al fin y a la postre: “Dentro de cien años, todos calvos”. 

INDIRECTO, DIRECTO, por José Luis Sánchez-Tosal Pérez

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