El olor no engaña, no lo veo, pero sé que ya está ahí. Después de esto queda el último tramo de viaje que se hace tan largo como esperanzador. Y en esto, que después de una larga calle, se encuentra esa perspectiva que une el mar y el cielo, que como siempre es todo un espectáculo que bastaría por sí solo para justificar el viaje.
Ya en la playa, no en una cualquiera, si no una atlántica, pues estoy en Mira, Portugal, esa que empieza con paseo marítimo, y continúa con otro de madera que llega hasta la última playa vigilada. En ella hay gente suficiente para sentirte como protegido, y afortunadamente insuficiente para sentir agobio.
Comienzo un paseo largo, tanto que poco a poco van quedando atrás las personas que la disfrutan, llegando un momento en el que ya me encuentro solo frente al océano Atlántico, que bate sin descanso la arena, y con kilómetros por delante, de tanta soledad como disfrute de éste y del paisaje que te envuelve con sus sonidos tan musicales como constantes, pues silban las matas, hacen relajantes ruidos las olas, y bulle la arena, cuando el océano en su ir y venir la acaricia. Mientras el cielo tiene a ratos sol, y a ratos bruma que te da descanso.
Según se camina, a mano izquierda, hay una constante de matas, que son las guardianas de que el mar no se adentre y le coma terreno a la tierra. Frente a ellas, el Atlántico, ahora a ratos calmo, y otros rugiente, con unas olas que terminan en un blanco arremolinado que se expande en la dorada arena, dejando un paseo fresco, en el cual los pies descansan y se recuperan de tantos avatares por otros caminos más duros.
Al retorno, el sol se marcha ya a América, lo hace acostándose sobre esa agua que se ondula y provoca a estas horas brillos danzarines mientras el agua se retira de la playa dejándola ancha, fresca y dorada para mejor caminar. A estas horas en el cielo hay nubes rosas que viajan hacia el interior, algunas hasta nuestra Navasfrías, donde descargan, y hacen de ella el tercer punto donde más llueve de España. Agua que el Atlántico nos regala a nosotros con este Águeda que nos sirve de recreo y resguardo del calor.
Ahora el mar se retira al compás del sol de la tierra. Mientras, yo sueño con montarme en una de esas nubes rosas, y volver en ella a mi Ciudad Rodrigo, eso sí, pensando en volver a este fresco mar que me descansa de nuestros calores y me desconecta por unas horas de este convulso, criminal e injusto mundo en el que vivimos y nos debatimos. Y al que ahora, más que nunca hemos de presentar cara para defendernos de él y de los muchos tiranos que está cosechando nuestra época.
