DE SOLEDADES, por José Luis Sánchez-Tosal Pérez
Es domingo por la mañana, y ya tengo toda la Feria del Caballo vista. Las bonitas cabriolas y saltos de los muy ágiles y gráciles caballos, y las muchas cervezas en medio de todas las sevillanas habidas y por haber.
Cojo la carretera, y me voy en busca de mis soledades al Jálama. En él me siento un poco como en mi casa, pues ya son muchas las veces que lo he ascendido. Hoy el día era bueno para ello, pues ya no aprieta el calor y el frío aún no ha aparecido. Con esta ventaja comienzo su ascenso, con pasos lentos pero continuos, los cuales siempre me llevan a la cima, lugar donde la vista goza por lo extenso y bello que desde allí se ve. En ella suele habitar siempre la soledad y yo, en cuanto a humanos me refiero. Pero a quien sabe escuchar, en la montaña siempre existen sonidos, de animales, y perfumes que te envuelven en paraísos que imitan la publicidad de las colonias, para vendernos algo que dicen que es como estos aires naturales, que ahora yo aspiro, y que luego nunca llegan a ellos.
En el Jálama uno de los sonidos que nunca faltó fue el del agua. No había barranco que no fuera proyecto de arroyo burbujeante y cantarín, ni olor a limpia humedad en cualquiera de sus leves llanos, y esos hoy no estaban. La razón es clara, no tiene agua ninguna en ninguna parte, de ella, la montaña manantial por excelencia, y es que como ya ni ella llueve, ni la guarda ni la suelta. Me daba pena, pisada tras pisada, sentir su ausencia, no sentir al poner los pies en el suelo blandura, no oír el alegre discurrir de sus regatos, no ver brillar el musgo por su falta de humedad. Todas estas ausencias, a causa de la mayor, la de la falta de agua que me causaba tanta o más soledad que la ausencia de personas en toda la ruta. Pues el Jálama sin que de cada uno de sus poros brote el agua como siempre lo hizo, no es el Jálama, ni yo me siento en él, como siempre me he sentido.
Hoy en mi ascensión a su cumbre, a la que voy para reponerme de la falta de cohesión social que existe en el mundo, me he encontrado con más soledad al faltarme la compañía de sus aguas, que son alegres, como los niños que hacen su primera carrera en libertad. Esas que dan vida y sentido al Rebollar y a nuestro entorno más bello, el del Águeda y su alameda, bienes que nos comienzan allí, en ese macizo montañoso que nos manda sus aguas.
Alguien dijo que "uno es tan fuerte como capacidad tiene de soportar la soledad", y en mi caso, además tan libre, pues desde las soledades de las montañas nacen muchos de los pensamientos que luego se convierten en artículos, en los cuales intento que como las aguas, transcurran libremente.
Esperemos, por lo de que en ello nos va a todos, que las volvamos a ver correr.