LA ESPERPÉNTICA CARNAVALADA EN EL CALLEJERO MIROBRIGENSE, por Ángel Iglesias Ovejero
A la diáspora mirobrigense del ancho mundo hispánico llega la novedosa ocurrencia de la Corporación Municipal de Ciudad Rodrigo para cambiar el nombre de Comandante Che Guevara por el de Calle del Carnaval del Toro, o algo así. Es una sorpresa muy relativa, por supuesto, dado el talante moderado que aquella había mostrado hasta ahora en asuntos espinosos de la memoria histórica, como este parece revelar. De hecho, en el contexto político europeo e incluso del “mundo occidental”, quizá no resulte demasiado extraña la patochada de quitar un símbolo revolucionario (como era Ernesto Guevara para los jóvenes la generación de los años sesenta en el siglo pasado) a causa de este súbito entusiasmo onomástico por el Toro, dicho sea con todos los respetos por este noble animal, así como por el Carnaval, al que solo se le reconoce la referencia alegórica de un evento no muy lustroso moralmente hablando. Era una fiesta de raigambre cristiana en la sociedad medieval, pero no incentivada, y de sustrato pagano. En ella, por así decir, se trataba de coger fuerzas antes de la demacrada Cuaresma, y dejando de lado el nombre del dios de la guerra (Marte), se amalgamaba el culto del vino (Baco) y el de la carne, incluida la faceta erótica del término (Venus), todo lo cual se conmemora actualmente en los ecuménicos botellones de adolescentes y gente talludita, aunque en ellos se hace abstracción de los ayunos, abstinencias y penitencias posteriores de tales desahogos.
Los carnavales de antaño tenían un carácter subversivo, y por ello eran objeto de la inquina y casi de un odio africano por parte del nacional-catolicismo durante la guerra civil y el franquismo triunfante en los años del hambre. Sus perseguidores más empedernidos fueron los párrocos y la Guardia Civil, entre los cuales anidan al parecer algunos postulantes para rebautizar como Calle del Carnaval del Toro a la llamada de Che Guevara. Es inevitable hacerse la pregunta acerca de dónde le viene a la derecha española, y por ende a la que gobierna en la Ciudad, este súbito impulso en favor de las tradiciones “subversivas”. No es tampoco ninguna novedad de hondo calado, pues el camaleonismo de los partidos conservadores aquí (llámense “nacionales”, “patriotas” “populares”, “transversales” o incluso “antisistema”) discurre por los mismos derroteros que el de Europa. Empieza en el centro, sigue por la derecha y termina en la ultraderecha. El principal recurso empleado para conseguir o conservar el poder consiste en la perversión lingüística, realmente camaleónica, de su discurso, en el que emplean términos y conceptos propios de la democracia, en la que no creen. Después ni eso. El fascismo declarado ya no asusta en Italia, ni en Francia, ni en Europa, ni en Alemania y otros países del Norte, pero en España sigue donde estaba, apenas solapado en muchos sitios durante décadas.
En Ciudad Rodrigo se ha tolerado y cultivado la exaltación del franquismo desde la época en que oficialmente se daba por desaparecida la Dictadura. Estos es lo que indigna a algunos civitatenses que, como J. L. Sánchez-Tosal, reaccionan ante la injusticia comparativa que supone la permanencia de Agustín de Foxá en el callejero (desde 1963) frente a la previsible ejecución de la aludida carnavalada. Lo que pensamos de aquel personaje, en cuyo honor dejó de llamarse Paseo de las Madroñeras (entre otras denominaciones) la vía urbana que conducía a su finca (antiguo monasterio de La Caridad) lo dejamos por escrito hace algún tiempo en el décimo artículo sobre los Nombres y símbolos de exaltación franquista: “Agustín de Foxá, de Conde a Facha, en el callejero de Ciudad Rodrigo” (https://salamancartvaldia.es/noticia/2019-10-24-agustin-de-foxa-de-conde-a-facha-siempre-presente-en-el-callejero-de-ciudad-rodrigo-46115). En síntesis, ser buen escritor no hace de él un modelo de conducta (cofundador de un partido de vocación violenta que dejó un rimero de víctimas mortales, colaborador de la represión feroz, traidor al gobierno legítimo de la República). Su nombre, donde está, constituye una ofensa permanente para los descendientes de quienes por esa vía fueron llevados al matadero y una vergüenza para la memoria democrática. No el caso del Che Guevara.
Los libros de Foxá están bien en la Biblioteca Municipal (o ¿no?). Como era tan señalado humorista, seguramente le habría gustado que la vía urbana en cuestión se llamara Calle de las Fosas (para que sonara algo del actual Foxa, sin acento gráfico), pero, con vistas a no caer en el tremendismo, nos parecería bien un rótulo sencillo: Calle de los represaliados por el franquismo (o algo así).