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27 mayo 2025

SIN ÉTICA NI ESTÉTICA (XVI): LA SOLARIEGA CASA TÍPICA DE ROBLEDA (LOCALIDAD DE “LA ESPAÑA VACIADA”), por Ángel Iglesias Ovejero

SIN ÉTICA NI ESTÉTICA (XVI): LA SOLARIEGA CASA TÍPICA DE ROBLEDA (LOCALIDAD DE “LA ESPAÑA VACIADA”), por Ángel Iglesias Ovejero - Ateneo Virtual Mirobrigense – Ciudad Rodrigo

Ángel Iglesias Ovejero
SIN ÉTICA NI ESTÉTICA (XVI): LA SOLARIEGA CASA TÍPICA DE ROBLEDA (LOCALIDAD DE “LA ESPAÑA VACIADA”), por Ángel Iglesias Ovejero

En la edénica versión que los medios de comunicación de Castilla y León (Valladolid y algo menos Salamanca) ofrecen del entorno urbano de la llamada “España vaciada” no figura un tipo de casa bastante frecuente. Desde hace un cuarto de siglo desde mi propia vivienda tengo una muestra a la vista e incluso muy palpable. Hasta ahora, por la emblemática “Calle Larga”, se percibía sin puertas ni ventanas en servicio, sin número visible de la finca, sin habitantes humanos y sin dueños conocidos por nuestra parte, desde cuando el notario redactó la escritura de compraventa de nuestra parcela (1999). Los vecinos por la derecha, entrando, eran “los herederos de José Linos”, homónimo de un “héroe” peñapardino cantado en coplas de ciego a principios del s. xx, con quien los aludidos referentes, nietos o biznietos de aquel propietario, por supuesto, no tienen nada que ver. Son gente pacífica, que, durante un cuarto de siglo, ha dejado aparecer un híbrido paisaje de tejados y corrales con un tupido bosquecillo de zarzas, yedras, saugueros, ortigas y yerbajos, todo ello coronado por una chimenea, que a guisa de torre del homenaje corona el recinto.

Ahora este vestigio de antigua grandeza amenaza ruina, desde que la lluvia pertinaz y el viento del pasado invierno dieron al traste con tres vigas podridas del sobrado, o la morada, y han abierto una espléndida apertura en el tejado, cuyo horizonte limita directamente con el cielo astral. Esto nos lleva a pensar que esta destartalada mansión lugareña, de negruzcas piedras y barro, podría competir con la del poeta Quevedo, tan genial como pagado de su alcurnia montañesa:

Es mi casa solariega,

Más solariega que todas,

Pues por no tener tejado,

Le da el sol a todas horas.

La realidad, de la que teníamos atisbos por nuestros amigos y familiares en el lugar, se reveló en todo sus esplendor a nuestro regreso hace unas semanas a Robleda, pero no nos ha abierto la inspiración poética, mayormente, sino la impresión de desolación. Eso sí, la pared exterior de la casa vecina se adornaba por arriba con algunas pesadas lanchas y tejas apiladas que, de lejos y de noche, podrían haber pasado por unas rudimentarias almenas, de haber tenido la fértil imaginación de Don Quijote. Pero a medio día, el desastre no dejaba margen para la duda. A mayor abundamiento, los herederos de José Linos (o por su encargo), generosamente, nos habían dejado varias docenas de tejas (de las caídas al suelo) al lado del poyo aledaño a la entrada, en parte dificultada. De la reparación no se ha preocupado nadie todavía. Al romperse las citadas vigas, la rotación se llevó unos mordiscos de la pared medianera, compartida con nuestra propia vivienda y por nuestra cuenta protegida, ahora expuesta a la humedad y la erosión. En la parte más alejada del muro exterior, no lejos de la ruinosa chimenea, se yergue la palomilla que sustenta un rebujón de cables de la luz y otros artilugios, que, de una u otra manera, nos mantienen vinculados con la “globalidad” (¡Adiós, muy buenas!, cuando aterrice).

La astral apertura ha revelado también el mundillo animal agazapado, que la presencia humana suele ocultar. El bosquecillo citado, además de algunos pajarillos, es criadero de alimañas y aves nocturnas. En aquel tejado cazaba y debajo, presumiblemente, criaba una escandalosa garduña, muy activa en las madrugadas. En los arcanos del local se aposentaba una lechuza. Quizá a consecuencia del desastre, las dos trasnochadoras criaturas habían emigrado a nuestro corral, donde nos han pagado copiosamente la posada con excrementos desparramados o amontonados por el suelo, la leñera, el pajar, el alféizar de las ventanas, etc. Últimamente, también se deja ver una pareja de abubillas, tan vistosas como generosas en su prestación escatológica, tan conocida que no necesita recomendación para el olfato. De los hormigueros, sería mejor no hablar, si fuera posible. De aquella procedencia llegaron hace casi dos lustros las voraces termitas, que nos costó Dios y ayuda espantar, pero merodean por los locales del pueblo, aunque existe una omerta espontánea entre los vecinos y las autoridades, por si resulta “peor meneallo”.

Menos mal que, para compensar los desencantos de nuestra llegada, del otro lado, por la puerta de la izquierda y delante del postigo de la “Calle de las Eras”, otro vecino nos había obsequiado con un excelente mojón de arena y gravilla. Por lo visto, y en espera del arreglo de su corral, nos tenía impedida la entrada en el garaje, aunque, posteriormente y en un alarde de bonhomía, ha retirado algunas carretilladas. De este modo, el ejercicio de entrada y salida con el modesto cochecillo, se convierte en una azarosa aventura, para evitar rozaduras laterales y abolladuras en la trasera.

Por extraño que parezca, debe de existir algún tipo de normativa. Las autoridades, seguramente tienen otras “ocupaciones”…

En fin y por no alargar, los aludidos medios de comunicación castellano-leoneses deberían pensar en promover la venta de estas casas “solariegas”. Los compradores ideales serían los emigrantes exteriores o de otras latitudes de la Península, que no sepan qué hacer con sus ahorrillos. Con esta última premisa y para no parecer xenófobos, habría que incluir a los extranjeros (con algo de pasta y no muy espabilados), con el objetivo de ocupar la España vaciada de este rincón salmantino. Serían bien recibidos. No les cobrarían más impuestos por sus “viviendas” que si las tuvieran en Valladolid o Salamanca. Y la ocupación supondría un seguro contra el aburrimiento. Segurísimo.




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