NOMBRES DE LA CODICIA, por José Luis Puerto
El culto al dinero, a la riqueza, es tan antiguo como el ser humano. Cuenta, en cada momento histórico, con adeptos, seguidores, fieles, más que ninguna otra causa. Va acompañado siempre, por parte de los seguidores de su imperecedera religión, de ansiedad y, sobre todo, de codicia.
Todo es poco, indica ese dicho sabio para describir la codicia; frase que se vuelve más expresiva cuando alguien, para calificar al codicioso, indica: “todo se le hace poco”. Los codiciosos nunca se ven satisfechos. Todo es poco siempre; en una suerte de voracidad que raya en lo malsano, en lo patológico.
Y aquí nos acude el recuerdo de los siete pecados capitales, cuya memoria se alberga en nuestra niñez, cuando, en la doctrina (nombre antiguo y más expresivo para nombrar lo que después sería la catequesis), nos los nombraban, como también sus antídotos: las siete virtudes.
La codicia se nombraba como ‘avaricia’, que era uno de ellos. Su antídoto –qué gran virtud, qué luminosa cuando alguien la practica– era, es, la generosidad. Frente a la avaricia, la generosidad, según ese ‘dictum’ marcado por un dualismo, también tan antiguo como el ser humano, que, frente a lo marcado negativamente, lo contrapone con un correlato positivo: frente a la avaricia, la generosidad.
La codicia, la avaricia. Hoy, en nuestra actualidad, desde la entronización de ese despótico y arbitrario emperador de occidente, tal pecado capital está todos los días en las primeras páginas de los medios de comunicación y abre, en no pocas ocasiones, los informativos de la radio y la televisión.
Y el nuevo sintagma de la codicia es la suma de un artículo determinado, seguido por un nombre o sustantivo central, para terminar cortejado por el sirviente adjetivo calificativo: “las tierras raras”.
Es el nuevo sintagma, es el nuevo nombre de la codicia. Si un país está en guerra y quiere obtener la paz, el rubio emperador se la alcanza, a cambio, sí, de las tierras raras. Es un nuevo modo de nombrar al oro, de nombrar la materia necesaria para ese itinerario sin fin de las nuevas tecnologías.
Y los propietarios de las macroempresas (más poderosas que no pocos estados) se han vuelto, ya ejercen de nuevos señores feudales, en una sociedad no ya de seres humanos libres (como creíamos desde la ilustración, la revolución francesa o los derechos del hombre), sino de siervos, que es en lo que quieren convertirnos a todos de nuevo.
“Las tierras raras”. Esa nueva cifra verbal de la codicia, de la avaricia, de un poder y de un dominio que trata de derrotar a los mecanismos democráticos y civilizados, para hacernos retroceder hacia el chirrido y la cacofonía de la caverna.
Frente a la avaricia, generosidad. Esa generosidad que ilumina el mundo, que ilumina a la humanidad, cuando las gentes la practican. Porque el dinero, la riqueza, ¿cómo va a ser, pese a todo, el único dios?
La generosidad, cuando se manifiesta, irradia y derrota a quienes están detrás del oro, se llame “tierras raras” o cualesquiera de de sintagmas con que sea convocado.