SIN ÉTICA NI ESTÉTICA (XXI): ¿QUÉ PIENSAN LOS FRANCESES DE LOS ESPAÑOLES?, por Ángel Iglesias Ovejero
Cuando volvíamos a Francia hace un par de semanas nos hacíamos esta pregunta, más bien retórica y casi por la inevitable rutina de comparar los dos países en que solemos pasar la vida, algo incómoda a consecuencia de tener las asentaderas entre dos sillas. No es que sintiéramos mucho dejar de percibir el barullo, sobre todo mediático, en torno a la organización territorial de estado (desbarajuste), situación política (desgobierno), económica (ruinosa), educativa (lamentable), sanitaria (penosa), moral (escandalosa), demográfica (deficiente), climática (impredecible), ecológica (inflamable y polvorosa) y así sucesivamente. En su abreviada retórica derechista, bocazas y vocingleros coinciden en echar la culpa de todo al referente básico del sanchismo (mafioso, corrupto, nepotista, plagiario), que, para que el diablo sepa por dónde agarrarlo, solo le falta ser feo y bajito, pero no sería de extrañar que se le descubriera alguna prótesis engañosa. Los calificativos (traducidos, entre paréntesis, al español socialmente biensonante), empleados por quienes aspiran a gobernar, sin explicar con quién, cómo y para qué, se estaban agotando y las metáforas se volvían cansinas a consecuencia del flato verbal. Así que, en las vísperas de San Juan, empezaban a sacar el argumento de autoridad colectiva de otros países, apoyándose en la flora y la fauna humana de su habitual repertorio (las Hijas de Fruta, los Melonis, el Pato americano, el Puerco espín de la Pampa, etc.).
Este tipo de preguntas, y en concreto, la de la opinión colectiva de los vecinos galos (o sea, los Gabachos) sobre el colectivo español (y presumiblemente sobre su gobierno) estaba a la orden del día en tiempos de los antepasados ideológicos de los derechistas actuales en la Monarquía, o sea de Franco (¡Entonces sí que éramos jóvenes, y España una, grande y libre!). Si no recuerdo mal, algún periodista se atrevió a preguntarle lo dicho a Jorge Semprún Maura (1923-2011), polifacético escritor (en francés sobre todo), nieto de Antonio Maura y emparentado con la nobleza, que estuvo afiliado Partido Comunista de España (1942-1965). Llegó a ministro con el gobierno de Felipe González, pero creo que no consiguió llegar a pobre, lo cual hubiera tenido mucho mérito, muchísimo más que el recorrido contrario. No lo digo por haber vivido esta segunda experiencia, pero acostumbrarse a pasar hambre, sed y fatigas penosas, sin perder la dignidad, no debe de estar al alcance de cualquiera que haya nadado en la riqueza. He tenido algún amigo que ha coronado tal empresa. Gilberto Pitcairn Estrada, hijo de un empresario escocés asentado en Sevilla, criado con todo regalo, tuvo que ejercitarse en diversas ocupaciones y profesiones (docencia y actividades hospitalarias), para ir tirando y morir con lo puesto (sin un zarramplu). Mi casi homónimo y coetáneo Gerardo Iglesias Argüelles (1945), minero precoz y militante antifranquista, historiador del maquis asturiano, sindicalista (CCOO), cofundador de Izquierda Unida (1986), después de haber sido secretario general del PCE (1982-1988), dejó funciones y prebendas, para volver a la mina. Hay gente para todo, e incluso personas honradas y coherentes entre la clase política.
Pues bien, fuera Semprún u otro homólogo, el personaje histórico dio una respuesta lacónica a la pregunta: ¿Qué piensan los franceses de los españoles? –Nada. No hay constancia de que el dicente tuviera intención explícita de ofender al sufrido pueblo español, que bastantes sinsabores tenía ya con el amargo recuerdo de la Francesada y Napoleón (bravucón y enemigo predilecto de los historiadores de Ciudad Rodrigo y de la inmensa mayoría aldeana de su entorno). Casi con seguridad se refería a que los franceses, en general, bastante tenían (y tienen) con pensar en sí mismos, sin meterse en camisa de once varas, o como diría cualquier hijo de vecino del ancho mundo (en el supuesto de que estuviera al corriente del refranero): “Cada Jeremías llora sus penas, y no las mías”. Estos días, los vecinos opinantes, sean franceses jubiletas o currantes, aprovechan, con la fresca, para quejarse del calor, tan exagerado que para turrarse ya no necesitan ir a la andaluza Costa del Sol, o a Miami Playa, que está más cerca, en el municipio de Montroig del Camp (Tarragona). Eso saldrán ganando los andaluces o los catalanes, que no tendrán que estar como las sardinas en la parrilla de las barbacoas, para bañarse y solearse, y dejarán de lamentarse del dichoso Turismo, que todo lo enrarece y encarece.
En Francia, los medios de comunicación masiva no tratan del sanchismo y del pancismo (v.), aunque las analogías entre la Monarquía y la Republique saltan a la vista. Por ejemplo, el gobierno francés, hilvanado con los moderados del centrismo, los tibios derechistas herederos del gaullismo y los fieles variopintos del oportunista presidente, se mantiene en el poder gracias a las divergencias de la oposición. En esta, propiamente y al margen de posibles alianzas electoralistas, se distinguen tres ramificaciones. Los socialistas, desde que en el mandato de F. Hollande (2012-2917) se hicieron el haraquiri, no acaban de lamerse las heridas y buscan el arrimo de ecologistas y comunistas (que ya no se comen a nadie); a su izquierda, los insumisos radicales tiene por resolver la papeleta que representa el liderazgo de un jefe bastante ansioso de cara a su legítima ambición, buen orador y poco fiable para una gran parte del electorado. Más o menos, con otro signo, en la extrema derecha, el lepenismo de una matrona curtida en la brega, ya no asusta pero tampoco convence con su pulido discurso, pero portador de un contenido más que sospechoso, por su pecado de origen (racismo, antisemitismo y xenofobia). Es difícil que estas oposiciones se pongan de acuerdo para votar en una moción de censura, como hace escasos días se comprobó con la que presentaron y perdieron los socialistas.
Los temas serios que preocupan a los franceses, según las encuestas, siguen encima de la mesa: la criminalidad y violencia, inflación, sistema de sanidad, conflictos internacionales, flujo migratorio, temor a la subida de impuestos, desigualdad social (sueldos, pensiones), cambio climático. Los elegidos del pueblo discuten de la edad de jubilación (ahora fijada en 64 años), el fin de vida, entre otras cuestiones urgentes, como el presupuesto del Estado, a principios de 2025, por ejemplo). Los asuntos de conversación en la televisión, que ahora se califican como debates, versan sobre los conflictos bélicos entre Rusia y Ucrania, Israel y Hamás (que permite al primer país efectuar “genocidios”, de los cuales se defiende con la acusación de antisemitismo a quienes se lo reprochan y con el recuerdo del “holocausto”, que ellos mismos profanan), Israel e Irán, con la inestimable intervención de Estados Unidos, que se prolonga en “la guerra comercial” del gran Pato casi contra todo el mundo. Los especialistas de estos temas crean “opinión”, pero sin mucho fundamento, a causa de sus fuentes de información, que, por la naturaleza misma de los temas bélicos, nunca son muy fiables (los beligerantes, en la guerra, e incluso en la “guerra comercial”, no informan de sus planes a sus contrincantes).
Quizá sorprenda en este rosario de carencias sociales, flaquezas morales y excesos de comportamientos, el paso por alto de la corrupción política, aunque está a la orden del día y parece efecto perverso (no deseado) de la democracia. Los pancistas salvapatrias españoles, por si ya han olvidado sus propias insuficiencias y corruptelas, no muy livianas ni lejanas (e incluso actuales), deberían mirarse también en el espejo de Francia, por aquello de: “Cuando las barbas de tu vecino veas pelar, pon las tuyas a remojar”. Al ex presidente N. Sarkozy (2007-2012) le vino el tío Paco con la rebaja, al cabo de 10 años de procedimiento judicial (2024), en el que fue condenado por corrupción a tres años de prisión, uno de ellos firme, que lo obliga a desplazarse con una tobillera electrónica, a cambio de la Legión de honor, de la que fue degradado (anticor.org/2024/12/20e). Más provechoso ejemplo, para el escarmiento, puede resultar la imagen de la antigua presidenta del Rassemblement National (RN) / Agrupación Nacional (2011-2021), partido de la extrema derecha, hasta 2018 llamado Front National / Frente Nacional, fundado y presidido por su padre, Jean-Marie Le Pen (1972-2011). Ha sido candidata a la presidencia de la República en tres ocasiones (2012, 2017, 2022) y, entre otros cargos, ha sido Copresidenta del Grupo de la Europa de las Naciones y de las Libertades (2004-2017) y Diputada del Parlamento Europeo (2004-2017), donde la pillaron con las manos en la masa. La Justicia francesa la inhabilitó (31/03/2025), con una veintena de figuras del partido (11 eurodiputados), para presentarse durante 5 años a las elecciones y multa de cien mil euros, por malversación de fondos públicos y condena de cárcel de 4 años. Ella ha puesto el grito en el cielo, y pretende soslayar el castigo, sirviéndose de los recovecos de las leyes democráticas y europeístas, con los cuales no comulga su partido (de ascendencia ideológica antieuropeísta, antisemita, xenófobo, racista). Los medios de comunicación transmiten que el uso irregular de fondos europeos ha continuado entre 2019 y 2024, y el montante asciende a varios millones de euros. Aunque probablemente muchos de sus electores no se lo tendrían en cuenta.
En la tesitura política actual de España, los efectos de la corrupción acechan al presidente socialista del Gobierno, que debe dimitir en caso de confirmarse su implicación, pero no tiene por qué hacerlo, si la Justicia no dispone de pruebas fehacientes de su participación en operaciones fraudulentas, que sus denunciantes tienen que presentar. Por otro lado, sus adversarios, verdaderos enemigos, deben barrer delante de sus casas. Todavía están por purgar comportamientos corruptos de los aspirantes a gobernar, quienes tampoco explican de dónde salen los fondos para financiar las campañas de desprestigio ajeno y de su propia propaganda. Es más, lo adecuado al caso es que dicho Presidente permanezca en su puesto, sin entregarlo solo para dar gusto a bocazas y vocingleros, alentados, entre otros, por los autodenominados Manos Limpias (lavadas en el agua que le sobró a Poncio Pilatos) y la misma Jerarquía eclesiástica, cuya falta de democracia y misoginia institucional es una evidencia (por no hablar de la complaciente demora en reconocer los abusos, contra menores, cometidos por muchos de sus ministros y compañeros de ruta). Sería muy peligroso para la democracia que, quienes legítimamente ostentan el poder tuvieran que dejarlo, por el simple hecho de que existen sospechas de delito, sembradas por aquellos que son consumados artistas en el manejo de tal perfidia (“Calumnia, que algo queda”).