MITO Y DESOLACIÓN, por José Luis Puerto
Este pasado miércoles, la vuelta ciclista a España, con final de etapa en lo alto del Morredero, transcurría por uno de los enclaves más hermosos del Bierzo leonés: el conocido como Valle del Silencio, que, aparte de una naturaleza excepcional, cuenta con dos enclaves histórico-religiosos de una gran antigüedad y belleza, así como con una tradición eremítica medieval, poblada de santos anacoretas, amigos de un ascetismo antiguo y de una vida retirada en un enclave paradisíaco.
Tales enclaves son los del monasterio de San Pedro de Montes, no muy alejado de la carretera por donde transcurría la carrera ciclista; y la bellísima iglesia mozárabe, del siglo X de nuestra era, de Santiago de Peñalba, uno de los templos más hermosos de ese estilo con los que cuenta nuestro país; sin olvidar tampoco el de San Miguel de Escalada, no muy alejado del río Esla, en la propia provincia de León.
Hasta aquí, arte y el mito; plasmado este último en esa hermosa leyenda de San Genadio de Astorga, religioso benedictino eremita, que viviera entre los siglos IX y X, que llegara a ser obispo de tal diócesis, y que se retirara a una cueva, ubicada en el Valle del Silencio, para retirarse a una vida ascética, siguiendo las huellas de San Fructuoso y de San Valerio.
Y, fruto de esta vida retirada, eremítica, en pleno corazón del paraíso, surge esa leyenda, poética y hermosa. San Genadio se halla meditando en su cueva, pero el rumor de las aguas del río le impide concentrarse. Entonces, golpea su cayado contra el suelo y le exclama al río: “–Cállate”. Las corrientes del agua, entonces, dejan de murmurar, Guardan silencio, siguiendo el mandato del santo eremita.
Una naturaleza paradisíaca, como ocurre siempre con los enclaves elegidos por los seres humanos que optan por el retiro, la ascesis y la santidad; ya sean benedictinos, como los antiguos frailes de San Pedro de Montes, o ya carmelitas descalzos, como los del enclave salmantino de Las Batuecas.
Pero, en el transcurso de la etapa de la vuelta ciclista, este pasado miércoles, los helicópteros que seguían desde los cielos la carrera nos mostraban con sus cámaras un panorama desolador: toda la montaña berciana arrasada por el fuego, negra por las voraces llamas de los incendios de este verano.
Y, enseguida, ya que en este vuelta ciclista ha habido no pocas protestas –como bien es sabido–, por la participación en ella de un equipo israelí, nos surgió una analogía, que se nos impuso: Gaza es un territorio desolado, arrasado, por los bombardeos israelíes, que, además, está sometiendo al pueblo palestino a un genocidio que no condenan los gobiernos, sino solo la conciencia de los ciudadanos conscientes; mientras que las montañas bercianas, las hermosas y míticas montañas bercianas se hallan arrasadas, asimismo, por los voraces incendios de este pasado agosto, mostrándosenos, desde las cámaras aéreas, un panorama desolador, un hermoso territorio devastado, calcinado, teñido de negro, al haber devorado el fuego ese verde vegetal, símbolo de vida y protector de toda una bio-diversidad vegetal, animal y humana.
Acaso, como hiciera San Genadio con las aguas del río, tendríamos que golpear el bastón de la dignidad, de la paz y de la vida, para exclamar y ordenar:
–Basta de incendios, basta de guerras, basta de genocidios, basta de tantas expresiones de barbarie en nuestro mundo; respetemos la dignidad y la existencia de los pueblos; respetemos la belleza de la tierra; guiémonos por la concordia, la fraternidad, la paz y el respeto hacia todos y hacia todo.