UN RESPLANDOR, por José Luis Puerto
Hay que incidir en la insistencia, pese a dar de continuo martillazos contra el hierro candente para moldearlo en el yunque. El pueblo palestino está sufriendo un genocidio en Gaza. Se está retransmitiendo en directo. Pero gobierno ni organismo alguno parece decidido a evitarlo.
Las ciudadanías de todo el mundo sí que están, de mil modos, poniendo el dedo en la llaga y levantando la voz contra el genocidio que está sufriendo el pueblo palestino y a favor de la paz.
Estos días, en la ONU, nuestro jefe de estado se ha expresado con claridad, también, en este sentido.
Pero vamos a otra cosa. Es terrible la matanza de niños, de civiles, de inocentes. No solo no tiene justificación alguna, sino que es un crimen contra la humanidad y contra las conquistas humanas a lo largo de la historia en pro de la civilización y del derecho que tienen los pueblos a una existencia en paz y en dignidad.
Vayamos a ese resplandor al que aludimos. Al mundo de los niños, de esas miles de víctimas inocentes del pueblo palestino que han sido asesinadas a lo largo de todos estos meses de atrás por un belicismo israelí injustificable.
Hace meses, no muy lejos del principio de este conflicto, cuando los palestinos se hacinaban con sus cazuelas y envases en busca de comida que se repartía, cocinada en peroles, se reprodujo una imagen audiovisual en los medios, en la que infinidad de niños se apretujaban y empujaban con sus brazos extendidos y las cacerolas en sus manos para recibir comida, que nos impresionó vivamente.
Un niño, con un misterioso resplandor en su rostro, se negaba a empujar y a apretujarse. Estaba entre todos los demás, que trataban por todos los medios de recibir comida. Y ese niño, marcado por el resplandor, miraba a la cámara, nos miraba, con una misteriosa expresión, enigmática y serena, marcada por una cierta sacralidad.
Advertimos en él, enseguida, como una figura angélica, aunque humana, demasiado humana, que encarnaba en sí misma la paz, la concordia, la serenidad, una mansedumbre hechizante…
Nos miraba. Nos sigue mirando. Y, acaso, sea –no sabemos si seguirá existiendo– esa encarnación, en este conflicto, en este genocidio, en esta masacre que sufre el pueblo palestino, de ese ‘angelus novus’, de ese ángel de la historia, que Walter Benjamin ideara, a través del hermoso dibujo de su amigo Paul Klee, y que sobrevuela sobre lo terrible que está ocurriendo, con un mensaje que susurraba su rostro ante la cámara, ante todos nosotros.
Sí. Había en el rostro de ese niño un hermoso resplandor. No pugnaba por coger ventaja alguna para recibir comida, frente a los preteridos. Permanecía impasible, ante la cámara, ante nosotros.
No sabemos si seguirá sobreviviendo o no. Su resplandor gravita sobre el ser humano. Tiembla. Es el resplandor de la inocencia, que propugna los caminos de la paz, de la fraternidad y de la concordia.
Lo que más falta hace a la humanidad en este momento histórico.
Ese
resplandor.