RECUERDOS
DEL SERVICIO MILITAR, por Román Durán Hernández
A mi amiga
Rodoprí
Hace
poco estuve en
Valladolid recordando
la época en la
que tuve el
honor de servir a la Patria,
o más bien
sirviéndome de ella.
Mi
Servicio Militar fue un tanto divertido.
El principio lo tuve en Salamanca,
en lo que
llamaban el período
de instrucción. Me llevaron
a la "Mili"
un día de carnaval y aunque yo nunca
mostré un
aprecio por esa
fiesta, la diferencia entre el carnaval y la "Mili" era muy
grande.
En
Salamanca
nos metieron, nada más llegar,
en un pabellón enorme
donde un
jefe, posiblemente un Coronel, por su
barriga, ya que por estrellas
no entiendo,
nos leyó el reglamento. Quedamos estupefactos cuando dijo:
Articulo
primero: queda terminantemente
prohibido pasarse al enemigo.
Todos nos
mirábamos preguntándonos: oye tú,
eres
amigo o
enemigo, porque lo que
es yo, vengo de los carnavales de mi
pueblo.
Lo
que menos ne gustaba era
tener que ir
andando a
Los Montalvos, donde
hacíamos
las prácticas de
tiro. Me apunté a reconocimiento
alegando que me dolía un tobillo y la primera
vez coló, pero luego el Capitán Médico
me dijo que
era cuento y yo era un gandul. Sólo se
libraba uno de ir a Los Montalvos
apuntándote
a las clases de analfabetos. Y allí fui
yo.
A
ver, Durán, me
preguntaba el “profe":
-La
m con la o,
y yo respondía:
-Moto
-La
t con la o, y yo respondía
-To.
-Ahora
todo junto:
-Pues
amoto.
Un
domingo paseando
por la
carretera de Madrid
(entonces era
costumbre)
aparece Mariano Anaya con el Alférez que me daba las clases. Mariano
nos presentó
y se descubrió el pastel.
El Alférez se
portó muy
bien. Una vez licenciado me enviaron un
diploma por mi aprovechamiento,
ya que de
analfabeto
pasé a saber
ecuaciones
de segundo grado.
Como
era de transmisiones me
mandaron a la central telefónica
de Capitanía
General de Valladolid, en el Estado
Mayor, en el
palacio de Felipe III, cuando Valladolid fue capital de España.
Lo
primero que hice allí fue echarme una "novia",
Mari Pili que era
la niñera (la rolla se decía entonces) del niño de un Comandante,
que me sacaba
al Campo Grande unos bocatas de jamón impresionantes, con los que
paliaba la comida de Capitanía,
verdadera bazofia.
Pero sacaba al niño que
no nos dejaba querernos,
teniéndole que
comprar un helado, con lo que
se iba parte del
bocata.
Yo
participaba en
las sisas
que Mari
Pili le hacía
a la
Señora. Por
aquel
entonces había
en el Mercado
El Val un puesto
de frutas y
verduras regentado
por unos
señores de Águeda del Caudillo.
Hicimos
un pacto
consistente
en que Mari Pili
le compra allí todo a la
Señora, a
cambio de que
nos inflara
un poco la
factura y
así poderla
invitar al
cine.
Íbamos
al Cine
Pradera, un cine
que después
se quem6; íbamos a la sesión
continua y a la última fila para
que al apagarse
las luces comenzáramos nuestras
particulares batallas. Cuando mis
cinco guerrilleros
conquistaban
un lugar estratégico, un suponer la
rodilla, había que emplazarse
allí mucho
rato, porque si intentabas
avanzar más deprisa,
venía el contraataque de Mari Pili que
se oía
en toda la sala. Era
muy difícil llegar al
cuerpo
a cuerpo luego en
Las
Moreras,
donde las parejas
iitan a
quererse por la noche.
En
la central telefónica de Capitanía
había una litera donde organizábamos
unas partidas de naipes que duraban
toda la noche.
Como en eso de las cartas yo obtuve
la diplomatura en
el Café
Universal, los enseñé a
jugar
a casi todo, de manera
que cuando se
soltaban en
un juego, yo les enseñaba otro,
teniendo por tanto ventaja.
En
Valladolid conocí a Mova que había
sido seleccionador nacional de
atletismo, primero en Italia y luego en
España. Era el preparador físico
del Real Valladolid
y profesor de
E. Física en
el Instituto Zorrilla frente a
Capitanía. Por mi afición al
atletismo me concedió
unas clases y con La
gratificación que me daba, con las
sisas de
Mari Pili y
lo de las partidas de
cartas, la verdad que pasé una
“mili" bastante llevadera.
Cuando
hace poco fui a
Valladolid me senté un
rato en un banco
del Campo Grande y reflexioné,
dejando pasar una película
de lo que
era el
Servicio Militar
entonces que
jugábamos
a la
guerra,
y lo que es
ahora que los
soldados se juegan
la vida en campañas
por todo é1
mundo
en esas
guerras que
hacen siempre los pobres contra
los pobres y
las ganan siempre
los ricos. Al divagar
por el confuso campo del
recuerdo, sólo una pregunta
me venía
a la mente:
¿Qué habrá sido de la Mari
Pili?