DEL MUNDO, por José Luis Sánchez-Tosal Pérez
Es rubia, de ojos llenos de luz y con una sonrisa capaz de vencer un ejército, se llama Noa.
Nos la traen casi todas las tardes a casa, suele dormir bien y eso sí, cuando despierta ya explora todo el piso, como solo lo hacen los niños cargados de curiosidad y ánimo por descubrir todo. Y sí, anda con todo lo que se puede jugar y con lo que no. Así que aquí me tienen, tras sus dubitativos y exploradores pasos y tratando de entender sus medias palabras para saber qué quiere o busca.
Llama a su yaya, la cual disfruta tanto como la teme, porque "es un no parar" que la cansa mientras va y viene más veces de las que los bisabuelos podemos aguantar. Ella, sabe eso y más, pues lista también es, y cuando ve que nos tiene ya mareados, o que va a parar donde no debe, antes ya de que la regañemos, nos echa una sonrisa que nos deja sin defensa ante su travesura.
La miro mientras anda, hace, y deshace, y está en su manera queriendo descubrir y entender el mundo y me enternezco tanto como me asusto, pues aunque ahora es pronto para tratar de enseñarle cosas que le ayuden a disfrutar y a protegerse de éste, no puedo yo menos de sobrecogerme y pensar qué le tendrá reservado, pues cada vez se vuelve más peligroso y amenazante.
Y si no, que se lo pregunten a las jovencitas que han pasado por la "protección" del nada menos que del segundo de abordo del Opus Dei, pues una cosa son los peligros de los avatares amorosos consentidos, aunque ya de por sí tengan lo suyo, y otra, estas acciones monstruosas.
Y entonces yo la abrazo con más fuerza, mientras se me sueltan las lágrimas, y ella se extraña de mi reacción a pesar de su corta edad, pues Noa aún no tiene dos años, y busca en mi rostro la respuesta a ella, como si el mundo tuviera respuestas para las muchas atrocidades que campean por él.
Yo sigo abrazándola muy fuerte y apenado por saber que ya ni su yaya ni yo, estaremos para defenderla del mundo.