SIN ÉTICA NI ESTÉTICA (XXVII): “NUESTROS ARTÍCULOS” NO SE ENCAJAN “EN NUESTROS LIBROS” DE INVESTIGACIÓN (II), por Ángel Iglesias Ovejero
[Como se prometió en la última entrega de las opiniones “sin ética ni estética” (XXVI), se prosigue hoy con algunas apostillas sobre publicaciones del CEM, por supuesto, sin mayor transcendencia].
6. De la realidad (o de la apariencia) histórica del territorio mirobrigense se ocupan varios colegas especializados desde hace tiempo en la materia (Historia de Ciudad Rodrigo, vol. I y II). Gracias a ellos se conoce mejor, sobre todo, lo que, en sus clases de los años sesenta, el historiador palentino Julio González (profesor de la Universidad Complutense) solía calificar de “historia externa”, en general. Concretamente, en esta Historia de Ciudad Rodrigo se describe la condición fronteriza de la Ciudad y su entorno, frente a Portugal y, antaño, la Transierra musulmana (norte de Extremadura). Por así decir, de un modo simplista, lo que define la cabecera y su alfoz administrativo, en el plano civil y eclesiástico, es una lucha secular entre vecinos, hermanos (o primos) que, como en las mejores familias, se disputan el patrimonio de padres y abuelos con tal ahínco que, en una continua labor de zapa, lo reducen a su mínima expresión (“Pleitos tengas, y los ganes”, decía una castiza expresión refranera). Las causas del estado de cosas en estos pagos son múltiples, pero las monarquías cristianas tienen gran parte de la responsabilidad.
7. Los reyes cristianos de la Plena Edad Media, incluso cuando la amenaza de los “moros” estaba lejos de ser un peligro remoto, se peleaban entre sí por las parcelas de poder y de tierra, invocando la voluntad divina (con “milagrosas” victorias) y buscando la bendición eclesiástica (raramente desinteresada). Los nietos de Alfonso VI se enfrentaron por el condado de Portugal, que conseguiría su independencia como reino (1143), al ser derrotadas las tropas del “emperador” Alfonso VII por los partidarios de su primo Afonso Henriques, o Alfonso I de Portugal. Desde entonces hasta el s. xvii los reyes de León (o de Castilla y León) y de la Monarquía Hispánica trataron de anexionarse, por las buenas o, sobre todo, por las malas, del reino vecino, sin que fuera óbice para ello el tratado de Alcañices (1297), que supuso el desplazamiento hacia el este de la frontera, en detrimento del territorio “leonés”, que, además de perder Ribacoa, quedó encajonado entre el emergente reino portugués y las aspiraciones de Salamanca, tanto concejiles como eclesiásticas. El capítulo de agravios de los “hermanos” portugueses, vengados o no, incluye también la sonada derrota del ejército de Juan I de Castilla por el de Juan I de Portugal, en la batalla de Aljubarrota (1385). Diversa fortuna tuvieron las intervenciones de la Corona de Portugal en las guerras civiles de Castilla y León en el s. xiv (1369-1479) y, sobre todo, en el s. xv (1474-1479), en que el rey portugués Alfonso V defendió, sin éxito, los derechos de su esposa Juana (“la Beltraneja”, hermanastra de Isabel la Católica). Más dolorosa para el nacionalismo portugués sería la anexión de la metrópoli y su imperio a la Monarquía Hispánica, desde Felipe II (1580) hasta sus descendientes, Felipe IV y Carlos II, en que Portugal recuperaría su independencia, en la Guerra de Restauración (1640-1668).
[Entre los vestigios probables de las visitas de los portugueses en esta guerra, cabe recordar las caídas de los dos pontones de Posaíllas, y no solo uno, que había entre El Sahugo y El Bodón (sobre el Águeda), y entre el mismo pueblo y Robleda (sobre el Olleros). Las comunicaciones con Extremadura y los otros pueblos del antiguo partido judicial resultaron muy dañadas. Los viajes con carretas a Ciudad Rodrigo, debido a las crecidas torrenciales, solamente serían seguras mediante un rodeo enorme por el puente de El Villar (El Payo) hasta principios del s. xx, cuando se inauguró el puente de Vadocarros, sobre el Águeda, entre Robleda y El Bodón].
8. En los ríos revueltos de la Edad Media y la Moderna pescaron la nobleza y las órdenes religiosas, que no prestaron de balde sus “servicios” a unos y otros monarcas (en el territorio mirobrigense hay apellidos de probable origen portugués, como Chaves y Pacheco) y contribuyeron a la situación actual. Otro tanto cabe decir de la epopeya ibérica compartida en la guerra de independencia contra la invasión napoleónica (1808-1813), ruinosa, que también generó una nobleza nueva y “nuevos ricos”, que beneficiaron de los previsibles enjuagues por parte de los “héroes” reconocidos. La gran hazaña bélica, en su principio, también estuvo determinada por la condición fronteriza de este territorio, pues tuvo su prólogo en 1807, debido a que Napoleón, en connivencia con España, para castigar la falta de colaboración lusa en el bloqueo de Gran Bretaña, envió un ejército que ocupó Lisboa. Algunos colegas mirobrigenses participaron en las parodias bélicas (y en las posteriores celebraciones del II Centenario). Algunos incluso se prestaron a los simulacros (casi oficiales) de aquel año (2007) en Peñaparda, donde dejaron constancia del “encuentro” con los franceses, según reza una placa fijada en una de las paredes de su ayuntamiento. En las explicaciones de entonces (y la opinión local de hoy) se daba por hecho que los intrépidos vecinos peñapardinos (unos 50 hogares hacia 1750) habían causado un centenar de bajas al ejército del general Junot. Con ello quedó probado que el ridículo es una anomalía sin efectos mortales, como en plan algo lúdico expusimos por entonces (Iglesias: “Los anecdotarios de bravuconadas y la gran mojaína de 1807, Carnaval, 2009). Sospechamos que esta humareda estaba destinada a neutralizar la aplicación de la Ley de Memoria Histórica, publicada aquel año (2007).
9. Dicho esto, en el tercer volumen de esta Historia de Ciudad Rodrigo y su tierra se describen y analizan, con detalle y pertinencia, no solo aquella guerra, sino otros alardes posteriores y variados aspectos de su intrahistoria, y sobre todo de su inmenso patrimonio cultural. Sin embargo, nos tememos que esta llamativa riqueza, puesta de relieve por investigadores, y escritores conocidos ellos mismos a veces, mirobrigenses o foráneos, paradójicamente, pueda tener un efecto no deseado, como sería ocultar la realidad palpable de la Raya hispano-portuguesa por estas latitudes. En efecto, a ambos lados de la frontera existen dos entidades históricas “hermanas”, que configuran uno de los espacios más deshabitados, peor comunicados, desasistidos, esquilmados y expuestos a incendios recurrentes de Europa. Esa es la realidad palpitante de este rincón de la provincia de Salamanca, en la Comunidad Castilla y León, donde el “leonesismo” cultural (sobre todo lingüístico) está en regresión y la diócesis de Ciudad Rodrigo en vías de desaparición. A esta situación han contribuido los desastres bélicos (no solo fronterizos, sino “civiles”) y las políticas inoperantes, inadecuadas o inexistentes sobre la natalidad y la emigración. Echamos de menos un estudio profundo y actualizado sobre la diáspora migratoria, que es, de por sí, una catástrofe y una epopeya.
10. A defecto de proponer soluciones, otras publicaciones (dentro o fuera del CEM) coinciden en proponer una visión edénica del campo y de la Ciudad, que si no son emanaciones de las oficinas de Turismo, consideran este como una panacea eficaz y casi único remedio. Es el caso de estudios locales, por otro lado meritorios e incluso cuidados, que tienden a la acumulación de datos, para satisfacer el espíritu de campanario, y no solo porque “lo sacro” no suele faltar en ellos, sino porque lo hacen en detrimento de “lo profano”, a no ser que sea festivo y gastronómico (“La danza sale de la panza”). A la manera de las emisiones mediáticas, los pueblos de la España “vaciada” aparecen saturados de vitalidad, con un tipismo redivivo, llenos de tradiciones seculares. De hecho, a veces su vigencia apenas se puede comprobar más allá de los abuelos o bisabuelos, y al contrario, con frecuencia, se trata de fenómenos muy extendidos antaño, que ya eran generalmente obsoletos hace medio siglo. El intrusismo, que acecha a los autores que se salen de su parcela, se manifiesta en la anacronía con que tratan los hechos de lengua, dialectos y hablas, gracias a la osada ignorancia de autoridades locales y mediáticas, quienes, al margen de peregrinas etimologías, no tienen inconveniente en citar como “precursores” a quienes son, propiamente, seguidores o copistas de otros anteriores.
11. En síntesis, el jardín florido de la España vaciada se construye con el paisaje idílico y el armónico desarrollo de la agricultura y de la ganadería, que darían sus frutos sin el esfuerzo humano y sin riesgo de coces o cornadas, con un tiempo climático propicio y sin las prisas del ámbito urbano. Así queda tiempo para las dosis de turismo culinario, artístico y folclórico rejuvenecido, que se propone a los oriundos del país, llegados de lejas tierras, antiguos desertores de las faenas penosas, o improvisados senderistas, ávidos de no dejar un palmo sin la huella de su pie. En este contexto el neoturista descubre (o simula descubrir) que los frejones no crecen en los árboles y las encinas no dan aceitunas ni los olivos bellotas. Es un fenómeno parecido a lo que R. Sánchez Ferlosio denominó el efecto Turifel, cuando el descubridor de maravillas artísticas ve el modelo de la imagen conocida (¡Anda, mira cómo se parece esta torre la tarjeta que nos mandaron de París). De esta clase de paletos hay muchos en el mundo, y nosotros mismos hace mucho tiempo que hemos renunciado a ver todas las maravillas artísticas del mundo, todas las puestas de sol, y nos contentamos con lo que hay por aquí. Por si alguien no lo sabe, en estos pagos de la España vaciada, el jardín edénico florece entre San Juan y Santu Ferinu. Y se machita en San Miguel, aunque ofrece “brotes verdes” en ciclo festivo del año turístico: los Santos (con su culto a los “pacíficos” muertos), las Navidades (con sus “entrañables” loterías, regalos, salidas y entradas de año, juguetones Reyes), Carnavales (descafeinados y sin jorramachis), compungida Semana Santa (con encapuchadas procesiones). El común denominador es el ruido y la música ruidosa (de campanas, bombos y tambores, tamboriles y gaitas, panderos y castañuelas, carracas y matracas, trompetas y clarines, petardos y cohetes, etc.), que sería soportable, si no fuera acompañada, con frecuencia, del insufrible, obsceno y escatológico pon-pón y botellón.
12. La visión del edénico jardín rural, entrevisto en la propaganda mediática del turismo, tiene otro efecto perverso, en los consumidores de mediana edad, que podría formularse en un lema hasta ahora no acuñado, por lo que tiene de paradójico: “Envejecer para rejuvenecer”. La gente activa, entre 40 y 60 años, suele ser muy sensible al señuelo de unas vacaciones permanentes, vividas en lugares amenos y con medios para costearlas. Se supone que, aparte de quienes por naturaleza nacieron vagos y su estado social o su astucia se lo permiten, ese privilegio solamente lo alcanzan los jubilados, con una pensión digna. Si cumplen esta condición, estarían dispuestos a envejecer rápido para jubilarse. El modelo parece encarnarse en los jubilados, que donde resultan más visibles es en los pueblos, pero no se lo recomiendo a nadie, por las razones que ya expuse al tratar de los “aspirantes a Jubiletos/-as” (v. XXII). Así que, a guisa de conclusión, baste recordar que el edénico jardín puede revelarse en lo que dice un dicho vulgarizado: “El saco vacío no se mantiene en pie”.