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30 septiembre 2025

SIN ÉTICA NI ESTÉTICA (XXVIII): EL LÍDER DEL PSOE A QUIEN LE SOBRABA LA LETRA O DE LA SIGLA Y SU HOMÓLOGO DERECHISTA EL SIONISTA, por Ángel Iglesias Ovejero

SIN ÉTICA NI ESTÉTICA (XXVIII): EL LÍDER DEL PSOE A QUIEN LE SOBRABA LA LETRA O DE LA SIGLA Y SU HOMÓLOGO DERECHISTA EL SIONISTA, por Ángel Iglesias Ovejero - Ateneo Virtual Mirobrigense – Ciudad Rodrigo

Ángel Iglesias Ovejero
SIN ÉTICA NI ESTÉTICA (XXVIII): EL LÍDER DEL PSOE A QUIEN LE SOBRABA LA LETRA O DE LA SIGLA Y SU HOMÓLOGO DERECHISTA EL SIONISTA, por Ángel Iglesias Ovejero  

Últimamente, en los enredos judiciales de los responsables políticos españoles a nivel estatal o regional aparecen algunos carcamales de la “modélica” Joven Democracia. Dichos lodos actuales vienen, en parte, de aquellos polvos que surgieron a la muerte del Pequeño Gran Hombre (para sus admiradores), cuya vida resultaba eterna y, sin embargo, sus funerales ya empiezan a recordarse antes de que se cumpla el medio centenario (20/11/2025). Según la edad que tengas, querido lector, te parecerá mucho o poco tiempo, porque este referente es muy escurridizo y volátil. A quienes no son fervientes adoradores de la imagen pública de aquellos personajes históricos quizá les sorprenda el hecho mismo de verlos en efigie, sea porque los creían ya desaparecidos o muertos (y, mediáticamente, se los venden por vivientes) o porque dudan de su misma consistencia carnal, como esos fantasmas animados que fabrica la inteligencia artificial y, generalmente sonríen, como ángeles algo alelados o diablillos traviesos, a la manera de los fantasmas en los sueños, que, por su incongruencia, en el recuerdo también provocan risa. Lógicamente, aquí no se trata de elucidar el alambicado concepto del hombre como ser risible (capaz de reír, según los antiguos) o riente (objeto de estudio, según los modernos), porque, para empezar, habría que aclarar si encaja en la condición humana la posibilidad rutinaria de permanecer impasibles ante el dolor y la muerte de otros seres humanos en guerras más desastrosas que nunca. Algunos grandes jefes (y sus seguidores) resuelven el problema decretando que existen seres humanos que son superiores a otros, por naturaleza. Esto se llama racismo. Nosotros, ahora, solo tratamos de un par de líderes españoles, o sea, de dos jefecillos a escala mundial, que, en nuestra perspectiva lúdica, podrían asociarse con las figuras cambiantes del filósofo triste y el alegre, aunque ninguno de ellos destaca por su entusiasmo democrático. Existen diferencias, porque uno es (o era) “algo de izquierdas”, y el otro “muy de derechas”, pero convergen en criticar al presidente del Gobierno.

Personalmente, lo que más me intriga en los aludidos personajes españoles es la sonrisa perdida en uno de ellos (“Parece que se lo deben y no se lo pagan”) y la escurridiza mueca del otro, cayendo visiblemente de la córvida nariz, a la que antaño prestaba cierto misterio el enmarañado bigote. El primero de ellos, hace ya medio siglo o más, se buscó un alias erudito (Isidoro, como el obispo hispalense autor de las famosas Etimologías, en el s. vii), con el cual se dio a conocer entre los líderes históricos del PSOE, unos exiliados y otros clandestinos (“en el exilio interior”), a los cuales se fue imponiendo por su labia y comedido gracejo. Un amigo escocés, también sevillano y de ascendencia escocesa (Gilberto Pitcairn Estrada, q.e.p.d.), sin ánimo de ofenderle, comparaba sus morritos con los de los simpáticos cerditos de la fábula. No había destacado, precisamente, por su marcada empatía por el movimiento obrerista, tanto que alguien le cargaría el sambenito de que “le sobraba la O (de obrero) en la sigla”. Quizá fuera una mera opinión colectiva, a la cual aquí le damos formulación, a falta de autoría reconocida. En aquel contexto, desaparecido el Lobo feroz, pero con el miedo de que volviera otro tan malo o peor que el anterior (como estuvo a punto de suceder con el golpe frustrado del 23 de febrero de 1981), sabiamente administrado, aquel tibio socialismo le dio para gobernar 14 años.

En efecto, el felipismo reinante consolidó la praxis del olvido de los crímenes franquistas, como remedio para asentar la Monarquía, prevista en las leyes de la Dictadura. Se basa en “el miedo guerracivilista”, tantas veces invocado. El mismo personaje lo ha reconocido, aclarando que el general M. Gutiérrez Mellado (quien en el aludido alarde de Tejero adquirió fama de héroe, y en 1936 había apoyado la rebelión militar y participado después en la represión franquista) le había pedido que: “Cuando fuera presidente del gobierno, esperase a que la gente de su generación hubiera muerto para abrir el debate sobre lo que supuso la guerra civil y sus consecuencias, porque debajo del rescoldo, sigue habiendo fuego” (J. L. Cebrián, El futuro no es lo que era, cita según L. S. Fernández Contreras, Público 01/02/2020). Cumplió el encargo a rajatabla. El resultado de este legado es que las víctimas republicanas de antaño y sus familiares fueron sacrificados, perdedores por segunda vez de la sublevación militar, la guerra y sus “daños colaterales”. Y si la mayoría de ellos no fueron totalmente olvidados ante la Historia definitivamente, ello se debe al movimiento memorialista, al filo del s. xxi. Pero la “generación de los nietos”, en general, no ha podido transmitir los testimonios directos, que no fueron recogidos a tiempo. A pesar de ello los denostados presidentes J. L. Rodríguez Zapatero y P. Sánchez Pérez-Castejón, cuyos gobiernos respectivos proclamaron la Ley de Memoria Histórica (2007) y la Ley de Memoria Democrática, han sido mucho más coherentes que su antecesor socialista. Este es el motivo por el cual son odiados de los herederos del franquismo (e incluso de algunos trasnochados felipistas), quienes tienen la osadía de tratar al actual presidente de dictador y traidor (¡a las esencias de la Patria!).

Tampoco andaba muy sobrado de espíritu democrático el felipismo y no digamos el aznarismo, que vino después y sigue siendo ahora uno de los refuerzos invocados en los incordios fascistoides contra el citado presidente. Al parecer, no le hacía asco a los método empleados por los terroristas que pretendía combatir, como quedó demostrado con los miembros del GAL, que actuaron en “la guerra sucia” contra la ETA entre los años de 1983 y 1987. Además de practicar el terrorismo de Estado, eran unos chapuceros, que confundían los objetivos de sus actividades. Así lo acabé de descubrir al participar en un tribunal de tesis doctoral en la Universidad Autónoma de Barcelona (en 2009). La presentaba en francés L. Thouverez, con un título en francés, que, traducido al español, decía más o menos: Análisis crítico del discurso sobre el Grupo Antiterrorista de Liberación en la prensa francesa y española (1983-1986). Me pareció un trabajo bien hecho, aunque en el informe correspondiente señalé que, en la aplicación del concepto mismo del terror, con sangre de por medio, en ningún caso debía tener justificación posible por muy excelso que fuera el objetivo (“Dios”, “Patria” o “Rey”), aunque hubiera que matizar el alcance mismo de “la violencia”, a veces necesaria, porque, en último término: “No es lo mismo un tirón de orejas que un tiro en la nuca”. En la discusión que siguió en el tribunal académico (compuesto en total por seis universitarios, entre vascos catalanes y tres hispanistas franceses), alguien creyó oportuno recordarme una frase que yo ignoraba y los otros conocían, porque, en los años ochenta el entonces presidente del Gobierno lo repetía a menudo: “No importa si el gato es blanco o negro, lo que importa es que cace ratones”. Por lo visto, era un proverbio chino que dicho personaje aprendió en 1985 de Deng Xiao Ping (líder aperturista de China), con el cual este se refería a las reformas económicas, pero el gobernante español también lo extendía a los métodos represivos emparentados con el “terror de estado”.

La singular manera que tenía de entender la democracia el reputado estadista, presumible heredero ideológico de Pablo Iglesias Posse, se refleja en su actitud comprensiva con el genocidio de la población palestina, por el exterminador Netanyahu, que justifica con el inicial terrorismo de Hamás. Está claro que nunca entendió que una democracia no puede emplear procedimientos terroristas sin dejar de serlo. Quizá no se sepa nunca hasta donde habría llegado su convergencia con su homólogo derechista, con quien, además de la justificación del sionismo, comparte la inquina contra el presidente actual del Gobierno, por su tolerancia con los independentistas, como si esto fuera un delito contra los dogmas de fe españolista.

El aludido homólogo derechista no se cita aquí por su nombre civil, para no darle fama a él y pábulo a su infame propaganda ideológica, cuando en la actualidad se refiere, elíptica y cobardemente, a “lo que está haciendo Israel” (o sea, un genocidio), y considera que así se está salvando “la cultura occidental” (lo que, implícitamente nos retrotrae a la llamada “Cruzada española”). Los campesinos de estos aledaños mirobrigenses, a principios de siglo, le dieron el sobrenombre del Mamporrero, motivado por la analogía entre el papel del ayudante de garañón cuando este cubre las yeguas y el que a dicho dirigente español le asignaron G. W. Bush y T. Blair en la guerra de Iraq contra Sadam Hussein, acusado de estar en posesión de armas de destrucción masiva (2003), lo cual era falso. De aquella manipulación dimana el terrorismo islámico actual, que entre otros atentados, cuenta en su haber macabro el de Atocha (11 de marzo de 2004), que causó 193 víctimas mortales. Corren leyendas sobre el premio que recibió por su participación en el conflicto de Irak o en contiendas comerciales, en las cuales el jefe angloamericano le habría permitido al españolito fumarse un puro, con los pies encima de la mesa. El atentado de Atocha, reconocido por Al Qaeda (organización terrorista, yihadista), le costó las elecciones, que el populista daba por ganadas, por no haberlo adivinado y por empeñarse en atribuirlo al terrorismo etarra. No se sabe si de estas descaradas mentiras le viene el desarrollo de la pinochesca nariz, que el rasurado bigote ha revelado, dándole un eco cavernoso a su voz y el susodicho perfil córvido al sonreír, como si, involuntariamente, imitara al Charlot del cine mudo.

Comparado con estos desastres, el gobierno del actual Presidente resulta casi ejemplar, tanto por su aspiración pacificadora interior y su compromiso humanitario exterior, como por sus aciertos socio-económicos. Lógicamente, está muy lejos de la perfección, pero en su descargo cabe decir que: “Con esta clase de amigos, no necesita enemigos”.

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