SIN ÉTICA NI ESTÉTICA (XXVI): “NUESTROS ARTÍCULOS” NO SE ENCAJAN “EN NUESTROS LIBROS” DE INVESTIGACIÓN (I), por Ángel Iglesias Ovejero - Ateneo Virtual Mirobrigense – Ciudad Rodrigo
SIN ÉTICA NI ESTÉTICA (XXVI): “NUESTROS ARTÍCULOS” NO SE ENCAJAN “EN NUESTROS LIBROS” DE INVESTIGACIÓN (I), por Ángel Iglesias Ovejero
Con la entrada en los recodos
septembrinos del verano se recupera algo de la calma necesaria para
valorar las publicaciones y actividades del Centro de Estudios
Mirobrigense o de instituciones análogas. De algún tiempo para acá
son tan copiosas que, a menos de leer a destajo, no queda tiempo para
volver la vista atrás, en esta paradoja vacacional de agosto, sobre
todo para las personas mayores “autóctonas”, en cuya agenda, la
participación en jornadas culturales, presentación de libros,
homenajes, campañas cívicas y colaboraciones diversas, matutinas y
vespertinas, se imbrica en las ocupaciones de la gente joven o no muy
madura, generalmente foránea y noctámbula, cuyo horario se ajusta
al sugestivo lema: “Fiesta de noche y descanso de día”. Es tan
castizo que debería estar subvencionado y declarado patrimonio
inmaterial de la Humanidad, e incluso, por parte del cronista,
merecerían un voto de confianza si se fueran con la música ruidosa,
el baile y las libaciones, con sus secuelas, adonde se fue el padre
Rosa (personaje elucidado en Iglesias, Diccionario,
2024: 487). Se admite que puede haber cierta reciprocidad en la
desafección de quienes practican este modus vivendi y los
“investigadores” aguafiestas, entre los que se cuenta el que esto
escribe, que de dichos avatares suele salir con la cabeza caliente y
los pies fríos. Tanto es así que, si de él dependiera, el agua
sería bienvenida, mayormente para la extinción de incendios, aunque
hubiera que sacrificar unas cuantas agotadoras fiestas agosteras.
Por otro lado, también se
debe admitir que “nuestras investigaciones”, personales o en
grupo, no siempre destacan por una profundidad abismal, sino que
manifiestan una tendencia acumulativa y con eventual olvido de
“nuestras” propias contribuciones en publicaciones periódicas.
Sin embargo, vaya por delante que no se trata ahora de sermonear a
quienes se han investido, laboriosamente, en trabajos colectivos de
envergadura, para no hacer como el cura que se desahoga con los
fieles asistentes a la misa porque otros no van por la iglesia. Ahora
bien, conviene matizar que se aprende más de una crítica (o
autocrítica) acertada y sincera que de los elogios oportunistas y
superficiales. Para empezar, pueden venir al caso algunas
observaciones sobre la Historia
de Ciudad Rodrigo y su tierra,
en tres volúmenes, publicados por el CEM (y el Ayuntamiento de C.R.)
en otros tantos años (2021, 2023 y 2024). Como el tema es algo
pesado, lo saltaremos en dos trancos.
1. Si dicha Historia
fuera un árbol
tendría forma de canuto más que de cono, con el grueso cepellón,
el tronco alargado y extensible, la copa de ramas frondosas y
dispersas, no exenta de tupida hojarasca. Esta percepción, a pesar
de la aparente formulación lúdica y desenfadada, en modo alguno
pretende desvirtuar los méritos innegables que atesora, empezando
por el hecho mismo de ofrecer una visión de conjunto sobre la Ciudad
y su entorno. Quizá el cronista tenga algún ignorado motivo que lo
lleve a percibir una estructura arbórea en los seres vivos y
portadores de nombres personales (autónimos)
en la cultura hispánica, basándose en una socorrida metáfora que
aflora en sus “árboles paremiológicos” (dos diccionarios
y varios artículos). Como está muy lejos de los conocimientos de
los especialistas en arqueología y geografía, encuentra demasiado
grueso el cepellón
de la prehistoria y casi de la historia antigua, en la que no percibe
claramente unos antecedentes de la entidad histórica posterior
(hispanidad, españolidad, ¿salmantinidad, o mirobrigidad?).
Entiende, sin embargo, que la Tierra tiene su propia naturaleza y
pasado (¿“historia evenemencial”?), como los seres humanos sus
ascendientes. Sobre los habitantes de estos pagos y su cultura, como
lingüista, no se ha aventurado más allá de las manifestaciones o
razonables conjeturas de la toponimia y la documentación conocida
hace un cuarto de siglo, de lo que, hace más de 20 años, dejó
constancia en la “Breve
semblanza histórica de El Rebollar”
(Giraud-Iglesias, Cahiers
du PROHEMIO, 2004),
que los eruditos colegas no han visto.
2. El análisis de los
materiales residuales de los tiempos remotos, inmemoriales, no
resuelve, al parecer, la identidad de las agrupaciones humanas, que
vagamente se vislumbran en la Toponimia
y la Antroponimia.
Por principio, la Historia
es un gran relato que, geográfica y cronológicamente, aglutina
numerosas historias (o microhistorias) en que se narran hechos y
dichos realizados por agentes (considerados personas), identificados
individual o colectivamente en una época anterior, eventualmente
tributarios de una “memoria histórica”, vivida pero ajena, a no
ser que el historiador sea agente o, al menos, testigo de lo que se
relata. Los pueblos primitivos (no alfabetizados) memorizan su
“historia”, pero esta, por definición, generalmente se fija en
la escritura. Los arqueólogos analizan otros productos, que suponen
saberes más o menos desarrollados, pero a menos que la epigrafía
venga en su ayuda, no son muy fiables cuando proponen
identificaciones nominales preexistentes (antropónimos,
topónimos;
ellos a veces han creado los cronónimos
geológicos y prehistóricos). Los mismos historiadores de la Edad
Antigua y gran parte de la Edad Media, quienes se basan en documentos
auténticos (no necesariamente infalibles), se aventuran por el campo
de la onomástica (con azarosos riesgos sobre etimologías
y motivación).
De hecho, hasta la Edad Moderna, seguimos sin saber a ciencia cierta
qué realidad histórico-geográfica designaba Miróbriga,
cómo se llamaba el asentamiento humano de Ciudad Rodrigo y quién
fue el referente epónimo
de este topónimo
complejo.
3. El topónimo latino, de
origen céltico, Mirobriga
(compuesto de mers,
‘ilustre, famoso’, y briga
‘fortificación, población’) tiene homónimos en la Península:
Mirobriga
celticorun, en la
antigua Lusitania, identificado con Castelo
Velho de Santiago
(región portuguesa de Alentejo); Mirobriga
turdulorum (u
oretanum),
en la Bética, población ubicada en el término de Capilla
(Badajoz); y Mirobriga
vettonum, en la
Vettonia lusitana, identificable con el asentamiento de Ciudad
Rodrigo, por indicios augustales de los deslindes de la localidad con
Bletisama
(Ledesma) y Salmantica.
En una de las inscripciones epigráficas se reconoce la raíz del
topónimo en un probable etnónimo (Mirobrigenses,
comprobado en otros homónimos de Mirobriga)
precedido de otro término en latín que podría corresponder a la
designación antigua de la Ciudad (Valuta).
Esta teoría debió de promoverse con el descubrimiento de las tres
columnas (1557). A. Sánchez Cabaña le dio el soporte de
verosimilitud a la leyenda, decorada con no poca fabulación, que le
llevaría a proponer Rodríbriga
como alternativa de Miróbriga
o Augustóbriga,
en la deriva de Civitas
Augustae y de
soluciones onomásticas propuestas por otros historiadores y
cronistas, que entre sus fundadores ancestrales incluían al rey
Mirón
o Brito,
Augusto
y Rodrigo
(Iglesias 1996a: 223, 243-244). [La autoridad socorrida para estos
topónimos es Mª Lourdes Albertos Firmat, “Los topónimos en
-briga
en Hispania”, Veleia,
7, 1990, 131-146].
4. Los avatares onomásticos
medievales de Ciudad Rodrigo quizá remonten a una forma Agata
/ Agada,
relacionada con el hidrónimo Águeda,
conforme expusimos en los “apuntes para un esbozo de hidronimia
serragatina” (Carnaval,
2006, 425-438). En la Plena Edad Media el referente hidronímico
presenta un polimorfismo considerable debido a la declinación
latina: fluvio
Algada, fluvium
Agade, Agadam,
fauce de Agada,
fluvio Algada;
después río de
Agada. Es probable
que, ya de antes (s. VIII), en
el sitio de la actual Ciudad Rodrigo se hallara el emplazamiento de
Agata,
que en la Crónica
de Alfonso III
se menciona entre las conquistas efectuadas por Alfonso I de Asturias
(739-757) en una expedición militar que le permitió ocupar Viseu,
Chaves, Agata,
Ledesma, Salamanca y Zamora. Allí existía un monasterio dedicado a
Santa Águeda (sanctae
Agatae),
donado por Fernando II a los monjes de Cluny (1169). Este hagiónimo
motivaría, pues, el topónimo y el hidrónimo, hipótesis formulada
en el Bastón
de Ciudad Rodrigo
(1770). Sánchez Cabañas (cap. XI) lo pone en relación con el
orónimo sierra
de Gata
(“por hallarse en ella la piedra preciosa llamada ágata”),
que también recoge el citado Bastón
y desarrolla G. Velo Nieto (1956: 4, nota 4), suponiendo que toda la
homonimia o paronimia referencial (hagiónimo, hidrónimo, orónimo y
topónimo cacereño Gata)
se resuelve con una hipotética iglesia en lo alto de la sierra de
Jálama, dedicada a santa
Águeda
(de la que no se tiene constancia alguna). Para no alargar la
compleja síntesis, preferimos la cita de textual (p. 434, con algún
recorte):
“En
suma, no parece que Gata,
nombre de sierra (orónimo) y de pueblo (topónimo), y Águeda,
nombre de río (hidrónimo), deriven del mismo nombre de Sancta
Agatha
o Santa
Águeda.
Solamente el nombre del río
remonta a dicho hagiónimo (< Santa
Águeda).
En cuanto al orónimo Gata,
Antonio Llorente considera que, al igual que Jálama,
es secuela de un étimo preindoeuropeo (Llorente M. 2003: 100), pero
sin argumentar esta afirmación. Si no se quiere remontar tan lejos,
podría pensarse en la metáfora gata
‘nubecilla’, que registra el primer diccionario de la Academia :
“gata,
la nubecilla, o vapor que se pega a los montes, y sube por ellos,
como gateando, por lo que le dan este nombre”(Aut.:
gata);
pero otros prefieren relacionar Gata
con el uso metafórico de
gata
‘elevación’, análogo al del latín cápita
‘cabeza’ (Albaigès 1998: 279), correspondiente a una visión
animada de las montañas o y alturas que recuerdan la morfología
animal, de las que son testigos por estos pagos Cabeza
del
Águila
(Robleda), El
Espinazo
(Navasfrías), El
Lombu
(en Robleda), etc. Ahora bien, si se puede dar por descontada la
existencia de un étimo común para el hidrónimo Águeda
y el orónimo Gata,
no se puede ignorar la analogía de ambos significantes y el papel
que puede haber desempeñado la paronimia en estas designaciones o
sus derivados. Basta con señalar el enredo, verdaderamente lúdico,
del río Agadones
(Cespedosa) y el Agadón (Monsagro), afluente del Badillo, que a su
vez desemboca en el Águeda (ant. Agada)
y forma con el Burguillos
(Agallas) el espigón donde se ubican las ruinas de Lerilla. Pues
bien, este Burguillos también se denomina río
de los Gatos,
como si en términos festivamente etimológicos, se insinuara la
posibilidad de que estos nombres de afluentes fueran derivados tanto
del nombre del río Agada
(> Agadón,
Agadones)
como del nombre de la sierra de Gata
(> Gatos)”.
Sobre
la etimología de Águeda
y Agadones,
se pronuncia A. Llorente en estos términos (cita, p. 436): “Esos
dos hidrónimos (Águeda
y Agadones)
muy probablemente son de carácter indoeuropeo, pues se pueden
remontar a un apelativo que signifique ‘agua’, ‘río’, con
etimología semejante al latín aqua,
gót. apa”
(Llorente 2003: 112-113, nota 201). Y
el autor del artículo formula, entre otras conclusiones, la
siguiente (ibíd.):
“La existencia de un étimo
prerromano indoeuropeo, relacionado con aqua y otras formas
análogas, propuesta por Antonio Llorente, resulta tentadora y
razonable. Pero no pasa de mera conjetura para una época remota de
la que no se poseen datos fehacientes. Por otro lado, si tal forma se
comprobara, habría que entenderla como una etimología remota sobre
la cual ha operado, en definitiva, el nombre de (Santa)
Águeda, que en todos los casos (incluido el antecedente
greco-latino Agatha, que postula Menéndez Pidal) parece ser
un motivo necesario para llegar al hidrónimo actual Águeda.
Esta es la razón por la que
el río de Ciudad Rodrigo tiene nombre de mujer. Pero como la
etimología es cambiante y tornadiza, la conclusión podría cambiar
también, si se aportaran las pruebas de la existencia de otras
formas antiguas, nobles y leales que vinieran a aumentar el caudal
etimológico del hidrónimo Águeda”.
5. Los genealogistas, en
efecto, manejan materiales nobles, acordes con la divisa de “antigua
noble y leal” (lema heráldico de la Ciudad). Pero hasta ahora
tampoco han dado con la tecla del epónimo fundador o refundador de
la población, cuya designación latinizada ya era Civitatem
Roderic, en la
primera mitad del s. XII. Sin necesidad de una competencia
específica, por mera lógica y consulta de manuales escolares, el
candidato tradicional (en Sánchez Cabañas y otros), Rodrigo
González Girón
(hijo de Gonzalo
Rodríguez Girón,
nieto de Rodrigo
Gutiérrez Girón,
y yerno del rey Alfonso VI), resulta inviable, por falta de referente
histórico en aquella época. Así que difícilmente habría podido
asumir la repoblación de la ciudad del Águeda, por liviana que
fuera. Tampoco se comprueba la posibilidad, entre otros homónimos
portadores del autónimo: Rodrigo
Fernández, Rodrigo
Girón, Rodrigo
González de Cisneros,
Rodrigo García de
Cisneros. Es el
caso de Rodrigo
González de Lara
(hijo de Gonzalo
Núñez, de
incierta ascendencia), alférez de Alfonso VI, con cuya hija Sancha
estuvo casado; pero de sus hazañas por estos pagos no hay
constancia. El genealogista Luis de Salazar y Castro (s. XVII-XVIII)
rechaza esta posibilidad, al tiempo que promociona la de Rodrigo
González de Cisneros,
cuya existencia otros niegan, a pesar del perfecto encaje de la
leyenda explicativa del linaje de los Girón
(Se
non è
vero, é ben trovato
/ ‘Si no es cierto, está bien compuesto’). Según la misma, este
nombre de familia estaría motivado por la ayuda que dicho personaje
habría prestado a Alfonso VI en la batalla de La Sagra
(¿inexistente?, 1086,), donde el rey cayó debajo de su caballo
muerto; Rodrigo le prestó el suyo para que huyera; pero en el cambio
de montura el rey se hizo un jirón
en la sobrevesta, que sería el motivo heráldico recordado en una
conocida copla y, en este supuesto, de la sustitución de Cisneros
por Girón
en el nombre de este linaje (Iglesias 2018b: 222). Ahora habrá que
esperar a ver si la hipótesis del conde
Rodrigo Martínez
(h.1090-1137), que en el segundo volumen de la Historia
de Ciudad Rodrigo y su tierra
se formula (2022: 94), queda confirmado con algún documento
fehaciente.
[Como las apostillas resultan
más largas de lo previsto, se continuará, si el Tiempo que corre lo
permite]