SIN ÉTICA NI ESTÉTICA (V): El TÍO SAM NO TIENE AMIGOS, por Ángel Iglesias Ovejero
“Los americanos no tienen amigos, solo tienen intereses”. Me lo recordaba una colega mexicana, refiriéndose a los vecinos del norte, a quienes la guerra y la paz les sirven para conseguir riqueza. En el caso de que sus aliados actuales no lo supieran (europeos, ucranianos, rusos), ahora se van a enterar. La personificación simbólica del gobierno y el pueblo de los Estados Unidos, que representa el complejo nominal Tío Sam (ingl. Uncle Sam), está enraizada en el mercado de las armas, según la leyenda explicativa. El referente inicial sería Samuel o Sam Wilson, inspector sanitario de las carnes que consumían los soldados yanquis en la segunda guerra anglo-norteamericana (1812-1814), que llegaba a su destino con el sello U. S. (United States / “Estados Unidos”). La asociación lúdico-seria cuajó simbólicamente a lo largo del s. XIX, sobre todo en la guerra civil (1861-1865), y tardó un siglo en oficializarse, en 1961 (Iglesias, Diccionario, 2022: 568). De la caballerosidad de esta buena gente podrían hablar los patriotas ibéricos, pues los yanquis, pretextando la explosión del “Maine”, un barco acorazado, en la bahía de La Habana (15/02/1898), le declararon la guerra a España, que en pocos meses perdió numerosos soldados y sus últimas colonias, mientras ellos tuvieron pocas pérdidas y se quedaron con Cuba, Puerto Rico y Filipinas, entre otras islas y archipiélagos. Un verdadero “Desastre” (“Más se perdió en Cuba”, se dice como resignado consuelo ante las desgracias).
El presidente actual de este país, Pato Trompeta en nuestra carnavalada onomástica, no engaña a nadie, o al menos apenas miente cuando descaradamente afirma que desea la paz para dedicarse a sus intereses comerciales, lo más ventajosamente posible, por las buenas o por las malas (literalmente, “de una u otra manera”. Desde el principio, las motivaciones estadounidenses para ayudar a Ucrania (que no forma parte de la OTAN) han sido más económicas que altruistas, antes, durante la guerra y en lo que venga ahora. Los ucranianos tendrán que pagar al Pato la ayuda prestada y dejar a los rusos el territorio ocupado por la fuerza. Cabe preguntarse: ¿Para llegar a este resultado, y sin contar la fase de 2014-2015, se han “necesitado” tres años de conflicto bélico entre un país invadido y un país invasor, con más de un millón de muertos y heridos entre ambas partes, con infinidad de presos y estragos de todo tipo?
Los europeos de la UE, por quedarse a medio camino, con un pie dentro y otro fuera de los hechos bélicos, tendrán que aceptar el papel de mirones y, de propina, pagarse la defensa militar (difícil sin la colaboración americana) contra los temibles zarpazos del Oso (“Cuando las barbas de tu vecino veas rapar, pon las tuyas a remojar”). El gran Pato Trompeta, bajo sus zafios bailes de paquidermo borracho, un paso adelante, otro para atrás, a derecha o izquierda, no pierde de vista el objetivo de sacar tajada de quien pueda, repartiendo garrotazos verbales de momento, inspirándose, se diría, en la estrategia de Fernando VII (“Palo a la burra blanca, palo a la burra negra”). Está por ver que los rusos de Putín (un apellido que no necesita sobrenombre en español) vayan a aceptar treguas o paces que requieran concesiones por su parte, cuando el viento de los avatares bélicos sopla en su favor.
De hecho, en la misma “guerra económica”, que tanto temor infunde en los países europeos, estos también pueden jugar sus bazas. El gran Búfalo ya ha dado pruebas de saber ceder, cuando descubre el perjuicio de sus intereses. Al fin, en buena lógica, la estrategia más rentable en el comercio no consiste en arruinar a los clientes, si esto no garantiza la perspectiva del enriquecimiento propio. El pez grande se come al chico, pero el día que solamente queden peces gordos, estos tendrán que comerse entre sí o quedarse en ayunas. Ya les pasó, cuentan, a los perros de Zorita (“Cuando no tenían a quien morder, ellos solos se mordían”). Según parece, entre los adoradores de Don Dinero este efecto no deseado, de buscarse la ruina por ser demasiado avaricioso (“La avaricia rompe el saco”), ya se empieza a revelar entre los fieles seguidores del citado gran hombre, entre los cuales figura el enmascarado Moskilón, un personaje de mucho cuidado. Gracias a su incalculable riqueza, después del adecuado cambio de chaqueta durante el período electoral americano, fue recibido en las filas del partido republicano y encumbrado por el susodicho jefe, en detrimento de otros tiburones, que ahí siguen esperando la ocasión propicia para hincarle el diente. El mismo Moskilón les dará una oportunidad, porque es muy fanfarrón y vanidoso, y además desconoce el refranero. Sueña con participar en el reparto del espacio y, probablemente, con invertir en el turismo sideral y “la guerra de las estrellas”, embaucando a los incautos. Debería saber que “Quien escupe al cielo en la cara le cae”. Hace unos días escupió un cohete, que vino a ser un vulgar petardo mojado, por él calificado de “contratiempo”. Debido al boicot comercial, se le han añadido pérdidas que para otros serían fabulosas y que a este Midas de la risotada infame, con acompañamiento de desafiante saludo nazi, quizá no le mojen el pelo, pero tal vez le encojan el codo cuando compruebe el hueco en la cartera. Ahora, al tiempo que se declara en peligro de muerte, también se regodea con la amenaza de tener previsto un apocalipsis, si le pasa algo. Él sí que es un peligro para los demás y para sí mismo. “Por la boca muere el pez”.