PERMANENCIA DE LORCA, por José Luis Puerto
Cada
19 de agosto, la figura de Federico García Lorca, uno de los poetas
más altos y de voz más hermosa de España, surge y resurge siempre.
Porque es uno de nuestros escritores más universales, más hondos,
más misteriosos, así como más reveladores, que supo conjugar el
mundo de la raíz con el mundo de la contemporaneidad, que supo
lanzar, desde lo alto de uno de los rascacielos neoyorquinos su
desgarrador grito hacia Roma, en nombre de todos los oprimidos del
mundo:
“Porque
queremos que se cumpla la voluntad de la tierra, que da sus frutos
para todos.”
Esa
voluntad de fraternidad, de entendimiento, de diálogo, de expresión
de todo lo que es el ser humano, está en toda la obra de Federico
García Lorca; en su poesía, en su teatro, en sus textos de todo
tipo, en su propia figura.
Sería
cobardemente asesinado en los inicios de nuestra guerra incivil, un
19 de agosto de 1936, entre las localidades granadinas de Víznar y
Alfacar, no muy lejos de esa misterioso surtidor de agua Ainadamar
(Fuente de las Lágrimas), que llevaba vertiendo sus lágrimas por él
desde los tiempos antiguos.
Federico
García Lorca es uno de los emblemas más decisivos de la España de
los derrotados, una perspectiva sin la cual –pese a quien pese–
no se puede entender nuestro país.
La
España de Antonio Machado, de Juan Ramón Jiménez, de María
Zambrano, de buena parte de los poetas del 27, encabezados por
Federico García Lorca, de Miguel Hernández…, la España de
intelectuales, científicos, docentes, sanitarios, campesinos,
obreros…, la España de quienes soñaron un país moderno y
tolerante, pacífico y a la altura de la historia de Europa…
A
esa España pertenece Federico García Lorca. Toda su obra es de tal
calidad, que es, posiblemente, nuestro escritor contemporáneo más
universalmente conocido en todo el mundo.
‘Poeta
en Nueva York’
es una de las más importantes expresiones literarias de esa crisis
de civilización del mundo contemporáneo, y que se plasmara
trágicamente en la crisis de 1929, crisis que Federico García Lorca
vivió desde el centro neoyorquino y que supo plasmar verbal y
líricamente de un modo sobrecogedor, lanzando un grito en favor de
la fraternidad y de la dignidad del ser humano.
Su
teatro, que plasma conflictos humanos universales y arquetípicos a
un tiempo, devuelve al territorio del rito la acción dramática, de
ahí que sea una cima en nuestra dramaturgia contemporánea.
Y,
en los años de la Segunda República, quiso crear La Barraca para
llevar nuestro teatro clásico a nuestros pueblos, para que lo
conocieran nuestras gentes campesinas.
Mucho
más podríamos decir de Federico García Lorca. Por fortuna para
todos, su obra está al alcance de todos, es ya clásica y, al
tiempo, sigue siendo muy contemporánea.
Es,
siempre, una obra marcada por la belleza y, al tiempo, reveladora de
todo lo más hermoso que anhela el ser humano: la fraternidad, la
dignidad, el amor, la alegría…, como patrimonio de todos y para
todos.
Ese
es el grito de la voluntad de la tierra que atraviesa la médula de
su palabra. Y que convierte su figura en un valor permanente no solo
para las gentes de nuestro país, sino para las de todo el planeta
que habitamos.