"MIRAR LO QUE SUBYACE", por José Luis Puerto - Ateneo Virtual Mirobrigense
"MIRAR LO QUE SUBYACE", por José Luis Puerto
Cuando
nos encontramos con la poesía verdadera, hemos de prestarle la
atención, leerla y que resuene en nosotros. Es lo que sentimos ante
el poemario titulado ‘Matrioshka’, de la joven poeta argentina
Sofía Urrutigoity (Mendoza, 1995), quien, con esta obra ha merecido
el Premio Albacara (V Premio Internacional de Poesía Mística San
Juan de la Cruz 2022 (Ayuntamiento de Caravaca, Murcia, y Editorial
Gollarín, 2023). Es el segundo de los suyos, tras su libro inicial
‘Un cielo de papel bajo mi cama’.
No
pretendemos en estas líneas reseñar la obra, constituida por veinte
poemas y un anexo, también poemático, final. Solamente queremos
llamar la atención sobre él, al tiempo que desplegar unas
sugestiones inspiradas en su lectura.
El
poema que da título al libro, ‘Matrioshka’, constituye su remate
y lo cierra, antes del también anexo poemático. La autora ha
elegido tal figura de las muñecas rusas, insertas unas en otras, en
un itinerario interminable hasta llegar a la última, como símbolo
de ese otro itinerario vital, humano, metafísico, de peregrinar
hasta el centro.
Pero
ese símbolo del camino hacia el centro, que tiene en la ‘matrioshka’
como una de sus figuras, aparece, en el inicio de la obra, expresado
de otro modo. Se nos habla de la casa, como estancia del existir
íntimo y del amor, en definitiva, como centro, y se alude a esas
“capas y capas de alcachofa” que hay que ir desentrañando hasta
llegar al cogollo.
En
‘Matrioshka’, el poema, advertimos cómo formamos parte de la
cadena de los seres en el tiempo (“como una ‘matrioshka’ /
dentro de mi abuela materna”), una cadena misteriosa que configura
el existir de cada uno y de todos. Y, en ese iter
iniciático y existencial, físico y metafísico (“vamos
caminando”), conviven lo cotidiano, aquello que se halla a nuestro
alcance, los pucheros teresianos (la vajilla, la plancha o la torta
de limón…), con lo que lo trasciende y le da sentido (“la morada
de huesos”, “el destello de la luciérnagas”…).
Y
este es el mecanismo de todo el poemario: un trenzado continuo con
los hilos de lo que está a nuestro alcance, y de aquello otro que lo
trasciende y le otorga un sentido iluminador, espiritual y
metafísico.
La
poesía, de ese modo, se constituiría en un itinerario, vital,
espiritual, anímico, que hemos de recorrer hasta alcanzar el centro.
En tal itinerario, hay no pocas etapas: el hecho de montar la propia
casa, de crear y configurar el propio centro, como estancia de un
amor que nos da sentido; los actos cotidianos (desde las compras de
Navidad, hasta el poner la mesa, donde –en un hermoso y eufónico
guiño a las correspondencias baudelairianas– “los platos son
planetas / y nosotros giramos alrededor de este pequeño cosmos”,
el de la casa y sus enseres); la rememoración de la niñez,
recurriendo en ocasiones al ‘ubi sunt?’ (“¿dónde está la
niña y las historias de sus ancestros?); las preguntas que
necesitamos para dar con los sentidos que se nos escapan (“¿sabes
que es la gracia? Preguntaste”); la presencia del ser amado y los
nombres de su sueño (“Anoche te escuché hablar dormido”, y las
palabras inteligibles son “tierra” y “abuelo”); los enigmas
del laberinto (en el poema dedicado al de la catedral de Chartres) y
otros diversos asuntos que los versos nos van espigando.
Hay
dos claves que atraviesan todo el poemario que hemos de tener en
cuenta para advertir su carácter: las de la cultura greco-latina,
creemos, las utiliza la autora para fijar simbolizaciones,
pertenecerían a un plano entonces más bien cultural; mientras que
las de un insistente semitismo, procedente, sobre todo, del Antiguo
Testamento bíblico, se situarían ya, más bien, en la esfera de lo
vital, de lo existencial y, asimismo, de lo misterioso.
Son
algunas sugestiones meramente la que aquí espigamos. Nos encontramos
ante un poemario de dicción serena, enunciativa, marcado por la
afirmación, pero también orientado hacia el hemisferio del fulgor
del mundo, aunque también de su misterio.
De
continuo, insistimos, aparece interconectado, entretejido lo vivido y
ordinario con la extraordinario y lo simbólico.
Estamos
ante un poemario hermoso y verdadero, marcado por el existir; en el
que se conjugan –como pidiera Keats– belleza y verdad. La vida,
sin despegarse de su cotidianidad, se trasciende de continuo, se
orienta hacia el misterio. Existencia y memoria se van trenzando, a
través de un decir luminoso, al tiempo que enigmático, que busca en
la simbolización una vía de ahondar en el misterio.
Poesía
mística, sí, en el sentido en que podemos entender tal registro en
nuestra contemporaneidad.
Y,
para acceder al centro (imágenes de la ‘matrioshka’, de las
capas de la alcachofa…; la autora también nos habla de “lo
diáfano del misterio”), Sofía Urrutigoity elige, de modo sabio y
desplegando una belleza verbal marcada por la claridad, la vía
iluminativa.
Ahora
nos toca, a quienes amamos la poesía verdadera, por lo que tiene de
revelación e iluminación de lo que somos y de lo que es el mundo,
acercarnos a ella. Y leer.