MI CUNA, por José Luis Sánchez-Tosal Pérez
Estoy en su regazo, eso sí, amparado en la cima del dique. Pues si de ella salió la vida, y por tanto los humanos, de esto hace ya tanto tiempo que ahora debemos protegernos el uno del otro, por el distanciamiento que existe. Miro a la mar, ella nuestra madre y no entiendo lo que me habla, al tiempo que pienso con tristeza lo lejos, muy lejos, que está esta de reconocerme como hijo.
Allí estoy, mirándola, sintiéndola, y viéndola sin cansarme de su constante constancia en el abatir de sus olas, tan siempre iguales y tan siempre distintas, a sus pies se pasa el tiempo rápido, pues su monotonía no es tal sino que no sé por qué gracia se vuelve distinta, armónica, poderosa y bella. Y yo, una vez más, ante la mar me rindo y paso horas sin más hacer que contemplarla y soñarla soñando.
El sol se inclina y se lleva la tarde, que recostada en ella se resiste a dar paso a la noche. Yo noto fresco, ahora ella brilla más, su espuma creada por las olas blanquea, y siento que tengo que irme también a acostar solo, sin ella, la que fue mi cuna, pero que ya no me vale para cama por la distancia de cientos de años que llevamos separados el uno del otro.
Retorno a tierra ya sin el ruido de las olas que abaten la playa, el que tanto relaja y tanto puede asustar, me alejo de ella como el que sale de su cuna y no tiene ya en tierra a su madre.
Me autoabrazo para tapar mi soledad sin volverme atrás para mirarte, sin saber cuándo será el retorno a tí, mi cuna.