Anoche,
como suele ocurrir en las noches de verano, salimos a una fiesta de
barrio, el conocido como el de "la rana", bien concurrido por cierto.
Tomé una copa con una amiga, tan generosa, cariñosa y vital como de
costumbre, había montado una mesa para nosotros, los allegados, gracias
Carmen preciosa, y luego me acerqué al escenario, donde un buen puñado
de gente, grande y chica, bailoteaba al ritmo de una orquesta animada y
una luna que podría transportarnos a los más bonitos recuerdos, por su
brillo y belleza espectacular.
Allí estaba Héctor,
cámara en mano, haciendo un bonito collage de colores, movimientos,
grupos heterogéneos y simpáticos, tratando de pasarlo bien.
Al
cabo de un rato, recogimos velas y hacia casa, aunque llegué casi hora y
media después, notando la necesidad de hablar, de vaciar las penas como
si fueran simples palabras, el llamado sabiamente desahogo, mar de
lágrimas, que busca ese hueco para salir y no volver.
Ay amor, qué lejos te nos fuiste,
ay dolor ,qué tanto dueles,
ay mariposa , tan lejanamente hermosa,
ay bálsamo del corazón, para una herida rota.
Ay lo qué pasa por la vida y nos dice adiós,
ay triste alegría de su huella,
tatuaje en el alma, en la razón, en la memoria.