LA LLAMADA, por José Luis Puerto
A lo largo de nuestro existir, qué decisiva ha sido cada una de las llamadas recibidas (¿de quién?, ¿del destino?, ¿del azar?, ¿de los otros?), que nos ha impulsado a dar pasos, a avanzar, a descubrir nuevas perspectivas y nuevas posibilidades en nuestro itinerario vital.
La llamada del amor, de la amistad. La llamada del conocimiento y la sabiduría. La llamada de la tierra, del origen. Y la llamada de lo universal, de lo que atañe a todos. La llamada de los libros. La llamada del arte, de la belleza. La llamada de la escritura, ya desde el arranque de la adolescencia.
Y la llamada siempre de los otros, en la perspectiva de la fraternidad, de la colaboración y de la cooperación, de arrimar el hombro, de poner siempre todo lo posible de nuestra parte en pro y en beneficio del bien común.
También la llamada de la docencia. Esa tarea de enseñar, de transmitir el conocimiento, que supone, siempre, una mejora social y humana para quien accede a él, de ahí la importancia de que tenga un carácter universal y de que sea público.
Y, en nuestro caso, la de la poesía, desde muy pronto, desde el final de la niñez. Ese territorio de las palabras que nos revela, nos ilumina, nos sostiene en el mundo. Y por el que Jorge Luis Borges, en “Otro poema de los dones”, dio las gracias (“por Whitman y Francisco de Asís, que ya escribieron el poema, / por el hecho de que el poema es inagotable / y se confunde con la suma de las criaturas / y no llegará jamás al último verso / y varía según los hombres”).
Un conocimiento que ha de estar siempre impregnado de ética, de vocación de servicio, de orientación hacia bien común. Un conocimiento que ha de ser reflexivo y crítico, como herramienta del ser humano para comprender el mundo, juzgarlo y transformarlo.
La llamada. Tan decisiva en nuestra vida, como –creemos– en la vida de cualquier ser humano, de todos los seres humanos. Cada cual, a lo largo de su vida, recibe las suyas, que terminan siendo decisivas en la configuración de la personalidad de cada uno.
Cada llamada nos ha configurado, nos ha otorgado identidad. Cada llamada nos ha otorgado vida, nos ha impulsado en esa voluntad de ser, sin la cual no hay existencia verdadera.
Cada llamada nos ha insuflado entusiasmo, afán, confianza; nos ha otorgado siempre razón de existencia. Como energía necesaria para afianzar esa conciencia personal, sin la cual no es posible proyecto de vida alguno.
Nada seríamos, ay, sin cada una de las llamadas que, a lo largo de nuestro existir, hemos ido recibiendo.