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10 marzo 2025

SIN ÉTICA NI ESTÉTICA (III): MIS PERSONAJES Y YO, por Ángel Iglesias Ovejero

SIN ÉTICA NI ESTÉTICA (III): MIS PERSONAJES Y YO, por Ángel Iglesias Ovejero - Ateneo Virtual Mirobrigense – Ciudad Rodrigo

Ángel Iglesias Ovejero
SIN ÉTICA NI ESTÉTICA (III): MIS PERSONAJES Y YO, por Ángel Iglesias Ovejero

Con el fin de no llamarnos a engaño en estas “chuletillas” sobre el sentido de la aliterada fórmula “sin ética ni estética”, me creo en la obligación de aclarar quiénes son Mis personajes y quién es Yo. Parece una empresa un tanto pedante y narcisista, relacionada con eso que los narratólogos (seguidores de G. Genette) llaman “la instancia narradora”, pero aquí es algo necesario y todavía relativamente accesible, al menos antes de la llegada de esa desesperante “inteligencia artificial” (llamada IA), próxima edad en que no habrá manera de saber quién hace o dice algo de lo que percibamos. En esta tesitura, con algo de mala suerte, ese enigma y los demás se resolverán por sí solos, al cabo de los rigurosos cien años, cuando se ponga de moda la calvicie universal, conforme a la sentencia del refranero: Dentro de cien años, todos calvos.

De momento, puedo afirmar que Mis personajes se crían solos o los crían (inventan) otros, y yo me limito a vestirlos un poco y ponerles el nombre o, si ya lo tienen, buscarles la adecuada mascarilla nominal, e incluso me permito formular hipótesis sobre la motivación del signo que los identifica. En general, los personajes ajenos no me producen problema ninguno en lo que atañe a su identidad como tales referentes, sean individuales o colectivos singularizados. Ya hemos mencionado algunos: Búfalo Vil (I), la Derecha (II); y mencionaremos otros: Manolín Bolu, Lucianu, el Vendedor de humo, que pueden verse en mis diccionarios (2022 y 2024), o en sus “Apostillas” (academia.edu). Otra cosa, o sea harina de otro costal, es el delicado asunto de saber quién es o soy Yo, que en la narración puede tener heterónimos (otros nombres), como el autor, el cronista, el que esto escribe y otras rutinarias mascarillas, sin contar el eufemístico u honorífico nosotros, etc. Cervantes parece haberlo dejado claro en el prólogo del Quijote (1605), donde afirma que el Autor tiene un amigo que le da sabios consejos sobre la manera de contar la historia de Don Quijote, la cual, como casi todo el mundo sabe, se atribuye después a Cide Hamete Benengeli.

El problema de verdad se plantea cuando se quiere saber quién es uno mismo para los demás en la vida y sobre todo para sí mismo. ¿Quién es o soy Yo, cuando pienso o hablo conmigo para mis adentros, o con ese alguien que siempre me acompaña, el que quizá vea mi ojo si se mira fijamente en el espejo?, como insinuaba A. Machado, si no recuerdo mal. Por eso se atribuye a Sócrates aquello de “Conócete a ti mismo”, porque si no sé qué clase de persona soy, siendo la más cercana a mí mismo, ¿cómo puedo pretender saber qué clase de personas son los demás? Por este camino se llega a la poco estimulante teoría del desconocimiento de todo (“Solo sé que no sé nada”). Así que, como algo hay que hacer en la vida, para no ser piedras insensibles o prematura ceniza o polvo, mejor es pensar que me rodean seres humanos, pensantes y sensibles, capaces de reconocerse como personas a las que se atribuyen hechos o dichos cuya veracidad o falsedad raramente puedo comprobar. Tampoco puedo conocer siempre la existencia real de los agentes o dicentes. En este caso los referentes se perciben como personajes, que vienen a ser las máscaras de las personas. Esto, en cierto modo, supone una inversión del sentido etimológico, pues en latín el término persona designaba ‘la máscara del actor teatral’, que este llevaba para hacerse oír mejor, con algunos rasgos visibles de su papel (o personaje).

En síntesis, aquí me permito opinar sobre comportamientos factuales o verbales de personajes, generalmente públicos o tradicionales (proverbializados). No me gustaría estar en la piel de quienes tienen que juzgar personas en asuntos graves, sobre todo, porque para calumniar, odiar y asesinar, o colaborar en ello o aprobarlo, estando en su sano juicio, hay que ser bastante o muy mala persona.

UN ACIERTO, por José Luis Sánchez-Tosal Pérez

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