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13 mayo 2025

SIN ÉTICA NI ESTÉTICA (XIV): ¿QUÉ SERÁ DE LAS MONJAS DE BELORADO?, por Ángel Iglesias Ovejero

SIN ÉTICA NI ESTÉTICA (XIV): ¿QUÉ SERÁ DE LAS MONJAS DE BELORADO?, por Ángel Iglesias Ovejero - Ateneo Virtual Mirobrigense – Ciudad Rodrigo

Ángel Iglesias Ovejero
SIN ÉTICA NI ESTÉTICA (XIV): ¿QUÉ SERÁ DE LAS MONJAS DE BELORADO?, por Ángel Iglesias Ovejero

En el contexto mediático mundial (el gran Tinglado), a finales de abril, prioritariamente se espolvoreaba el nombre de Francisco, o sea, en lat. Franciscus PP. (a no confundir con Pepe, ni con PP ni PaPo, partido político), o sea, el che Jorge Mario Bergoglio (1936-2025), de profesión jesuita, obispo y cardenal (a no confundir con el Che Guevara, defenestrado en el callejero de Miróbriga), y al final Papa. La implacable Parca se lo llevó el día que volvíamos a España mi querida esposa y un servidor. Ya se rumoreaba por los altavoces de la “aldea mundial” que, a no mucho tardar, sus admiradores o envidiosos, respectivamente, lo venerarían como santo o lo despellejarían por hereje (“No hay peor cuña que la del mismo palo”), pero esto último (la herejía) dejaría en mal lugar el dogma de la infalibilidad papal. De momento, el asunto ha descendido de su alto vuelo, desde que quienes aspiraban a llevar esa “carga”, por la que sus émulos suspiraban, se dispersaron después de la prometedora fumarola en el cónclave. Por el cosmopolitismo religioso, político y económico de los asistentes a su entierro, se puede adivinar la cesta de cangrejos en que todos estaremos metidos pronto, clérigos y laicos, creyentes, ateos y agnósticos, menos el personaje señalado (Francisco, o Jorge Mario). Si el difunto “Santo Padre” se va al Cielo, para él se habrán resuelto todos los problemas.

Asunto bien diferente y, sin embargo, relacionado con la ortodoxia católica (y por consiguiente con su velador, el Papa), es el de unas religiosas que acudían a la tele (a todas las teles) como las moscas a la miel el año pasado (2024). Personalmente, entre otros arcanos, me intrigaba el nombre, o sea la etiqueta de marca con que salían por esa (incluso para ellas) inevitable ventanilla mediática: Las Monjas de Belorado. Además de sonrisas, vendían laberínticas noticias de su comunidad y dulces hechos por sus blancas manos. Una vez más, entre las decenas o centenas de veces que hemos transitado por allí, aquel día, ya cercano al de referencia onomántica o mágica (25 abril /de aguas mil / de 2025, fiesta de San Marcos, rey de los charcos, en el calendario agrícola e infantil), leímos la indicación de una carretera que en las cercanías de Briviesca (Burgos) conduce a Belorado. Me sonaba de cuando en las clases de geografía, ya mediado el s. xx, en el bachillerato franquista había que aprender de memoria los partidos judiciales de aquella muy mejorable España “imperial”. Este era uno de ellos, y encajaba bien en la letanía burgalesa.

De entrada, queda claro que lo de Belorado es un locativo que califica la ubicación del convento y no la anatomía oculta de las monjas que lo habitan (o habitaban), dicho sea sin ánimo de ofenderlas. Ya lo hicieron otros por la teletonta y otros medios, convirtiéndolas en hazmerreír nacional, y ellas mismas, ingenuas no exentas de cierta picarona bellaquería, por mor de la retórica publicitaria, colaboraron un poquito (“Tú dame pan, y llámame tonto”). La etimología del topónimo tiene algo de misterio, pero no mucho, y no sorprendería que los eruditos locales se hubieran volcado sobre el origen de tan bella denominación. En textos aragoneses del s. xii se le señalan cierto polimorfismo (Bilforato, Belforado, Bilforado), con equivalencias presumibles en castellano. Y en el s. xi había sido señor de su castillo el Cid Campeador, por donación de Fernando I, rey de León (y de la actual Castilla). En síntesis, el étimo castellano horado ‘agujero’ remonta al latín tardío (foratus ‘perforación’), según el especialista Joan Corominas y su colaborador J. A. Pascual (s.v. horadar), quienes en su diccionario señalan en el Libro de buen amor (estr. 337, 868 y 1413) alusiones Belhorado.

Deshecho el posible malentendido, resultaba algo extraña la penetración de los medios de comunicación en un convento de clausura (por definición, cerrado a la comunicación directa con “el Mundo”) y la exhibición jubilosa de la buena dentadura de las monjitas del primer plano. Pero, aparte de que “tendrían permiso” (como suele decirse en la modalidad lingüística monjil, para excusar una conducta visiblemente escandalosa), en su descargo conviene recordar que, si bien la sentencia evangélica dice que “no solo de pan vive el hombre”, aludiendo a la palabra divina (Mt 4.3-4), esto mismo implícitamente confirma la necesidad alimenticia del género humano, de la cual no se libran los monjes ni las monjas. Lo decía de otra manera, menos eufemística, un proverbio latino (Primum manducare, deinde philosophari), que no requiere mucha traducción en castellano (“Es más urgente la comida que la filosofía”). La experiencia, en general, enseña que con la abstinencia y el ayuno se afila el espíritu, pero se encoge el esqueleto. Por eso entre las personas jubiletas, probablemente, hay más barrigoletas que canilletas.

Por otro lado, la blancura de la tez visible y los dientes podría ser indicio de la buena salud moral y mental de aquellas esposas de Cristo, según reza otro adagio latino, algo retocado (Mens sanain dentadura sana), para no dar pábulo a quienes lo echan a mala parte, insinuando que la naturaleza no ha sido muy generosa con ellas físicamente, y por esa vía les ha llegado la vocación. O sea, dicho en retruécano de prosa refranera: “Se han casado con Dios, porque no hay Dios que se haya casado con ellas” [Esto mismo, por vía torcida, parece confirmar la misma jerarquía eclesiástica, que, se según los medios de comunicación pregonan, han mandado para su casa a una monja de otra fratría religiosa por “linda”]. Por supuesto, esto es fruto de la misoginia tradicional y de la fobia contra el estamento eclesiástico, tan arraigada en el católico pueblo español. Acerca de la salud mental quizá no habría que poner la mano en el fuego, pues se halla lejos de estar garantizada. Los recintos conventuales, cerrados a cal y canto, son ollas a presión que se convierten en caldos de cultivo, con fobias y filias contrapuestas, y generan guerras intestinas (como la de los cónclaves papales) por el poder (priorato), afinidades afectivas, quizá gérmenes de comportamientos prohibidos en la casi inevitable promiscuidad, y el afán de posesión material. Paradójica y contrariamente a lo que “la gente del Mundo” suele pensar, no todos los frailes y monjas son ricos, al menos individualmente, porque han hecho voto de pobreza. Ahora bien, el desapego de los bienes materiales es otra cosa, bien contraria al “florecimiento” institucional o conventual, por el que se desviven sus miembros, como si de empresas industriales se tratara.

Los desencuentros económicos, añadidos a los de poder, de dicha comunidad de monjas con la jerarquía eclesiástica masculina, por lo visto, han sido causa determinante o concomitante de los pleitos en que andan enzarzados hasta estos días. Tanto a ellas como al obispado de Burgos les desearíamos que tuvieran un éxito rotundo, no solo porque es algo imposible, sino porque la mera formulación de este deseo es ya de por sí una enmascarada maldición de las partes pleiteantes, incluso en el supuesto de que, teóricamente, una de ellas gane (“Pleitos tengas y los ganes”). La clave de estos enredos solamente la conocen los peritos, jurisconsultos y picapleitos (“Quien hizo la ley hizo la trampa”). No es cosa de entrar aquí en los laberintos económicos, canónicos y teológicos de estas partes o partidos, cuya complicada madeja supera nuestra capacidad de entendimiento. Baste recordar que desde la época de Pío XII (Papa de 1939 a 1958) las monjas de Belorado no reconocen la autoridad del obispo de Roma, sino eventualmente la del Palmar de Troya. En pura lógica, no debería de conmoverlas (o no a todas) la excomunión, a la cual el difunto papa Francisco no parecía muy inclinado. De todos modos, en la tesitura actual, no sería muy prudente ponerse a mal con estas féminas inquietas. A ver si resulta que las monjitas, en el supuesto no deseado de que el hasta penúltimo Papa sea declarado hereje por algún sucesor, ellas son declaradas profetisas, además de vírgenes y mártires. Parece que, de momento, no es el caso...

UN ACIERTO, por José Luis Sánchez-Tosal Pérez

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