YA ES EL MOMENTO, por José Luis Sánchez-Tosal Pérez
Te fuiste de Ciudad Rodrigo, según tú nos cuentas en Baal Babilonia con ocho años, y llevabas contigo, no sólo la memoria de todo lo vivido en Ciudad Rodrigo, en la Plaza con tu abuelo durante las vicisitudes políticas mientras agarraba tu mano, los encierros desde la muralla, las vivencias de los fosos, emborrachando lagartijas con tabaco, y al salir de la escuela meando contra la pared a ver quién alargaba más de los muchachos, y así ciento y más que tu prodigiosa memoria nos vas contando en tus libros, y así como el dolor penar por la tragedia, que nos cuentas sobre todo en Ceremonia por un teniente abandonado, donde claramente no solamente reflejas lo vivido en las calles y plazas, sino tu sentir interno sobre el drama que toda tu vida has arrastrado, que fue la ausencia de tu padre, de la cual no sabías la verdad, y que tú poco a poco fuiste intuyendo, atando cabos y buscando cartas en la alacena, desde el refugio de tu casa de Ciudad Rodrigo, donde penaste, sentiste y lloraste a tu padre hasta el punto de enfrentarte con tu madre, por pensar que no había hecho lo necesario por él. Aquí también jugaste, en casa, en silencio con aquella locomotora que tu padre pese a su situación carcelaria se arregló para mandarte. Y así seguiríamos con vivencias mil que están entre las paredes de tu casa de Ciudad Rodrigo y sus calles, las que viviste en aquellos días de infancia que para tí no pudieron ser azules.
Luego te cayó estrecha la España franquista, y te fuiste a París, donde te hiciste un hueco en el mundo del arte y la literatura relevante y universal, y lo hiciste no de cualquier manera, sino acompañado con de las estridencias que causaban en ti la España que viviste en la niñez, la de la crueldad, la tramposa y asesina mortal, de la cual tú escapaste no sólo con tu obra intelectual sino con tus estampidas y tus delirios así como el desprecio hacia el escenario donde sucedían.
Siempre habrá alguien que te lea, y por tanto siempre existirá quien llore al teniente Arrabal entre los muros de Ciudad Rodrigo y las avenidas de cualquier ciudad del mundo, pero en ninguna otra se acariciarán los lugares donde él se enamoró de tu madre, La Glorieta, y por donde tú niño tan desvalido como inteligente lo sentiste y lo viviste, y como tal en tu obra lo plasmaste. Lo cual siempre hará de Ciudad Rodrigo el escenario de aquella España de la guerra, el que te hiciste tal y como te conocemos, tan brillante como estridente, y del que y en el que te desenvolviste como pudiste.
Sabido es que el otro día volviste a él con ya noventa años, cuando ya no queda tiempo para proyectos, y sí para envolverse en la gran nostalgia de los años de la niñez, aunque sean duros como lo fueron para ti, siempre hay en ellos algo de azules. ¡Ay!, aquellos días de la mano del abuelo en la Plaza y en la muralla qué lejanos ya y que presentes habrán estado en tu esta última visita. Lo que sí aún estás a tiempo es de pensar en lo que significaría que algo de tu legado quedaras allí donde sentiste todo lo que necesitaste contar: manuscritos, documentos, y cualquier otra cosa que a ti te pueda parecer importante o significativo, con lo cual serías beneficiado pues se haría extensiva así tu obra a todo aquel que visitara nuestra ciudad marco donde sucedieron tus penares que la forjaron al tiempo que cumplirías con el pueblo de Ciudad Rodrigo él cual ya contigo lo ha hecho, pues puso tu nombre al Teatro, a un paseo, últimamente a la Feria del Libro, y además se te hizo Hijo Adoptivo con el beneplácito de los unos y los otros.
Amén, de que cómo no el alcalde desayunó contigo, y a través de él lo hicimos todos.
Piénsatelo Ferrrnandito, ya es el momento.