DOLORES DE AMOR, por José Luis Sánchez-Tosal Pérez
Brillaba el sol siempre que ella aparecía, con una fuerza y una alegría, como si nunca hubiera existido. Cuando cruzaba la plaza del pueblo, esta se transformaba en un espectáculo de luz, color y alegría, así era ella alta, alegre y con unos ojos en los que cabía toda una noche de fuegos artificiales. Iba por libre, sabiendo que tras de sí dejaba todo un coro de suspiros ansiosos.
Un día no estaba sola en la plaza, venía con un apuesto joven, el cual ya estaba siempre a su lado. A ella se la veía aún más radiante, y con una sonrisa tan feliz como contagiosa. Después él fue destinado a otro lugar, y en él encontró a otra mujer.
Se le oían por la fiesta, mientras ya su única compañía era el vaso que portaba en la mano, unas risas con las que pretendía aportar indiferencia pero que sonaban a inmenso dolor.
Después, ya, no soportó no sólo la situación, sino su lugar natural, su pueblo, en donde tanto había gozado y donde tanto sufría ahora, y dando un portazo se marchó a París, la ciudad de la luz. Allí, ya lejos, y con todo el espectáculo que es esa ciudad pensó que le sería más fácil olvidar. Todo fue inútil, ella fue a París, pero París no entraba en ella, nada ya le devolvía sus ganas de vivir.
Regresó a la aldea, y en un viñedo fuera de ella levantó un pequeño chamizo donde pasa año tras año mirando la silueta de la sierra con la Peña a la cabeza. Un día que pasé por el lugar, cuando me advirtió corrió a meterse en el refugio, no quería que nada ni nadie le robase su dolor, es lo único que le quedaba.
Allí está, día tras día y año tras año, no sé si sueña con su felicidad vivida o penando por su pérdida.
Ahora, cuando no le queda otra, baja al pueblo para hacer la compra, ya con toda la gracia que tenía perdida, pues ha mermado en altura, camina con la ayuda de un bastón, y su mirada no mira, sin estar aún en edad para ello. Al verla me estremezco, y parte de su dolor me atraviesa y entra en mí como un frío cuchillo.
Qué males tan grandes puede transmitir el amor tenido y perdido, tantos como para hacer no sólo del verano sino de la vida un infierno.
Cuánta ansiedad, tristeza, soledad y dolor provocan los dolores del amor.