Llueve a ratos, las nubes abren y cierran el cielo, hace frío, como corresponde a estas fechas, y que como tales han sido ya encendidas las luces propias de estos días. Digamos que ya todo está en el sitio propio de la época, aunque si nos fijamos bien, la gente está en medio de ella, pero no en ellas, nos lo dicen sus caras, que están tan lejanas de mostrar alegría festiva, y es que el patio no está digamos como para muchas alegrías.
Como más lejos, allí precisamente por donde Cristo vivió el asunto está al rojo vivo, y con pocos visos de tranquilizarse el enquistado problema que tira bombas y le caen a los niños, como si le cayeran caramelos de los Reyes Magos. Y aquí, digamos, en casa, el nivel de enfrentamiento político alcanza tan alto voltaje que hace que la gente se pregunte cuánto van a tardar en fundirse los plomos.
Vamos, que comenzamos estos días de paz navideña sin tregua en las guerras, diría más, sin esperanza de que estas se apaguen, sino más bien temiendo que se extiendan a todos. Y en medio de un ambiente así, tan cargadito de guerras y tensiones como falto de esperanzas de que estas amainen me pregunto: ¿Y ahora quién es el bonito que coge, agarra, toma, va y se pone un gorro envuelto en serpentinas en la cabeza, y una trompetita en la boca, para salir a la calle pregonando felicidad, próspero año nuevo y paz para todos?
