PODERLO CONTAR, por José Luis Sánchez-Tosal Pérez
Entra el otoño en mí vida con estos días nublosos y lluviosos, y con la sensación de que los soles del verano ya se acabaron, y con ellos que la alegría que contienen esté ya presente, en estos días tibios de ni frío ni calor, que son amorfos y de condición de transición entre los calores excesivos y los de frías noches invernales.
Mientras, el personal anda regodeándose con la bárbara exhibición de los polvorones reales, y el mundo del capital que no tiene aguarde está ya anunciando perfumes para Navidad.
Y aquí estoy, en ese interregno no reconocido aunque presente, por la morriña que nos causa, de la que no sé bien el por qué, pues las temperaturas son templadas y agradables e incitan al paseo y a pensar sosegadamente sobre todo y sobre nada. Por esto mismo, cuesta entrar en el acontecer diario del mundo, tan sin alma y duro, ni en el del pueblo tan rutinariamente ferial y mortecino a un tiempo.
Camino relajadamente entre los árboles de La Florida, en un compás de espera y dándome una tregua personal de los avatares locales, pero sin poder apartarme del ruido de las amenazantes bombas que asustan al mundo, y pidiéndome una tregua de escribir de tanta maldad, y para ustedes de entrar en ella a través de mi crónica, o en nuestros problemas locales.
No sé si servirá de algo el bajar la guardia, pero es lo que estas fechas de blandura transitoria me piden a mí, y me da que a todos, aunque deseo que esto como la estación sea transitorio, pues ante las adversidades no es bueno ni ser pusilánime ni desentendido, pues creo que es lo que menos necesita el mundo de los que vivimos aún el lujo de poder contarlo, dado que al fin y al cabo, vivir es eso, disponer de la palabra puesto que al prescindir de ella lo hacemos de la vida.