CADA VEZ MÁS, por José A. Blanco
Las cajas rápidas de los supermercados callan como lo que son. Saben que, por nada, le birlan la manduca al proletario quien, con su aportación, contribuye a las mejoras de las garantías sociales como, por ejemplo, las pensiones y algún que otro descaro propio de una sociedad enferma. Y, por si fuera poco, su deshumanización priva de instantes de merecido palique y chismorreo tan necesitados de confianza y complicidad.
